Opinión

Las fiestas populares

De las fiestas populares patrimonio universal que se escenifican en este país no recuerdo haber ido nunca a las Fallas del Valencia pero sí he estado en San Fermín, donde un sujeto tocado con una boina como un paraguas y los ojos inyectados en sangre me amenazó con partirme la cara porque según él, le había mirado mal.  Y también en la Feria de Abril de Sevilla, de cuyo paso tengo un recuerdo amargo porque el festejo taurino al que fui invitado en la Real Maestranza acabó en tragedia y el banderillero Manuel Montoliú falleció corneado por un toro delante mismo de mis ojos atónitos, una estampa  que tarda años en atemperarse. Era el 1 de mayo de 1992 y el entonces presidente de la Asociación de la Prensa de la ciudad, que era amigo mío y compañero de promoción,  me contó ya de tarde y visiblemente emocionado, que el torero estuvo la noche anterior en la caseta de los periodistas y le había rechazado un vale para consumir lo que quisiera en días sucesivos. “Mejor guárdatelo –le respondió-porque nunca se sabe lo que a uno en esta profesión le puede deparar el mañana”.
Es la Feria de Abril una celebración singular y no siempre amistosa, exclusiva a pesar de su supuesta patina popular, confusa y sin duda clasista, aunque sumamente famosa en todo el mundo por esa sublimación del flamenco ligero que se tiene entre plato y plato de gambas y entre trago y trago de manzanilla. A la Feria como mejor se va es en coche descubierto o a caballo, y los propios sevillanos reconocen que si no eres propietario de una caseta o familiar o amigo del que la tenga te mueres de asco vagando como alma en pena por los figones en los que se canta, se baila y se chatea, sin comerte una rosca y sin que nadie te haga ni puñetero caso. Setecientos kilómetros más al norte y tres meses después, se representa una barbarie controlada hasta donde se puede ejercer control donde tampoco me encontraran si me pierdo y menos a estas edades. En San Fermín se puede pasar muy bien y puede uno divertirse hasta caer de culo, pero una semana empinando el codo a todas horas, sin dormir apenas, levantado al alba tras una noche de locura y todo ello con las hormonas a flor de piel componen un cuadro capaz de poner en un grave aprieto al destino. Una cosa es  cierta. San Fermín todo lo puede. La relativamente baja tasa de graves lesiones, percances de toda índole e incluso muertes violentas, solo puede explicarse en función de la sobresaliente habilidad protectora del santo.  Soy testigo.  

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