Opinión

Las causas de las causas

A  la espera de conocer las verdaderas causas de la muerte del ex presidente de Caja Madrid, sospecho que en este escenario tan intenso que marca el desastroso devenir de las cajas de ahorros, lo que menos cuenta a la hora de plantear un análisis de una época conflictiva de nuestra reciente historia es el modo en el que Miguel Blesa perdió la vida. El fallecido se comportó de un modo muy particular en sus últimas horas, llegando casi por sorpresa a la finca conduciendo su propio coche, de madrugada, sin equipaje apenas y con uno  de sus rifles de caza mayor guardado en el maletero. Abandonó la compañía de los que estaban allí con los que compartía  desayuno para poner el automóvil a la sombra y entonces sonó el disparo. Pero su entorno familiar más cercano argumenta que Blesa no estaba deprimido en absoluto y que se encontraba fuerte y decidido a defenderse hasta el final en los tribunales. Aguardaba con esperanza la decisión del Supremo sobre el recurso a su sentencia y salía con regularidad a la calle charlando con los vecinos de su urbanización sin esconder la cara. Sin embargo, le dio a un amigo el número de teléfono de su mujer al parecer, por si acaso…


Sin embargo, esta tragedia no modifica las conclusiones que más importan sobre el enojoso proceso de gobernación de las cajas de ahorro, un sistema sin pies ni cabeza que hizo a los representantes políticos dueños y señores de una red de establecimientos financieros en los que, durante muchos años, camparon a sus anchas. Los antiguos Montes de Piedad cayeron en las manos de políticos sin preparación ni competencia profesional alguna. Se sentaron en sus consejos de Administración por su condición de representantes de partidos, asociaciones y sindicatos, manejaron sus recursos a su antojo, disfrutaron de situaciones de privilegio obtuvieron créditos a fondo perdido para ellos o para las formaciones a las que representaban, y vivieron como reyes, gastando a manos llenas dinero que no era suyo y sin necesidad de justificarlo. Todas  las cajas sin excepción ofrecían tarjetas de crédito de libre disposición para que los consejeros las usaran a su albedrío, los trataban a cuerpo de rey y no se reparaba en gastos, en caprichos y en actuaciones de millonarios groseros y zafios. Dietas,  viajes a medio mundo, regalos caros, tratos de favor, francachelas y lujo dislocado. Se producía este escenario incongruente en una España a punto de dar en quiebra, con la prima de riesgo por encima de los 700 puntos y los hombres de negro de la UE llamado a la puerta para  instruir el rescate. 


Pero que nadie olvide que ese sistema impresentable que sentó a los políticos en el consejo de Administración de las cajas es idéntico al que rige todavía para constituir RTVE, el Constitucional y el Supremo. Por citar algunos ejemplos.

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