Opinión

La vuelta del hombre

La vuelta del hombre, la de Pablo Iglesias a la actividad política, se ha escenificado mediante una puesta en escena que muchos considerarán imprescindible para recuperar la figura de un líder en momentos delicados y otros tacharan de excesiva, efectista y fatua. Es natural que una actitud semejante proponga sentimientos muy encontrados –a lo mejor es exactamente lo que se busca- aunque sospecho que un espectáculo de semejante naturaleza no representa otra cosa que el reconocimiento de la pérdida de calidad de la propia clase política sin distinguir en este juicio de valor tendencia e ideologías. La clase política en general es mucho peor que generación precedente, y posiblemente esa inferioridad demostrable y comprobada es lo que obliga a que sus protagonistas y los partidos a los que pertenecen se vean en la obligación de disimular sus debilidades a cuenta de actos efectistas y grandilocuentes. En realidad, aquello a lo que aspiran los fontaneros de cada cual es a tapar las miserias. Iglesias –que no es el único padre en el mundo que se acoge al permiso de paternidad- ha elegido para un regreso que en mi opinión no debería haberse sacado de madre, es el baño de multitudes, la exaltación del líder y en puro y duro espectáculo. Mal tiene que estar la cosa para impulsar la organización de un festejo popular con lucerío y espectáculo. Se celebraba el regreso del líder pero cuando un líder tiene que organizar semejante trapatiesta para demostrar que es líder es que algo falla por la misma peana. A Iglesias le está fallando últimamente todo y especialmente un discurso cada vez más vacío y más tópico. En su regreso, se ha empeñado en más de lo mismo incluso más cargado de bombo y él sabrá lo que hace.
Pero no es únicamente Iglesias el que falla. Hay muy poco que decir en estas tediosas campañas publicitarias en las que se han convertido los periodos preelectorales. Es tan aburrido el discurso, tan manido el argumento, tan insistente el catálogo de propuestas y tan plano el encanto de los candidatos que no hay mucho que decir al respecto salvo añorar la fuerza, la capacidad intelectual y la autoridad moral de los viejos referentes de la España democrática.

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