Opinión

La vanidad del periodista

Que el periodismo que practicamos los europeos no tiene nada que ver con el que hacen los norteamericanos es una verdad absoluta a la que se ha encargado de poner rostro y apariencia Tom Wolfe, el icono más representativo y singular de un oficio que acaba de perder a uno de sus representantes más atractivos y singulares. El protocolo rigurosamente aplicado a las tendencias capaces de renovar cualquier actividad desempeñada por humanos aconseja que esas prácticas vivificadoras se conozcan con el apelativo de “nuevo” y así le ha pasado al estilo de cocina que comenzaron a practicar los chefs vascos de finales de los setenta finalmente distinguido con el familiar apodo de “nueva cocina”, y así le pasó también a este paradigma de una profesión a la que dio la vuelta como un calcetín.
Recuerdo que leí “La hoguera de las vanidades” en un momento de mi vida muy particular, siendo ya un mocito maduro metido de lleno en mi oficio, al que le subyugaban los métodos de trabajo de los periodistas estadounidenses que los españoles que nos dedicábamos a esto idealizamos diez años antes cuando Woodward y Bernstein forzaron la dimisión de un presidente Nixon acorralado por el escándalo Watergate desde las crónicas escritas por ambos en el “Washington Post”. Todos teníamos aun alto concepto del hacer profesional de aquellos grandes santones de la “mass-media” entre los que figuraba Wolfe, y a todos nos parecía fastuoso que aquel sujeto se vistiera con trajes blancos cortados a medida por el mejor sastre de Manhattan, calzara botines de charol, y se plantara sobre su cabeza rubia platino un chápiro de mosquetero configurado una imagen tan diametralmente distinta a la nuestra que nosotros, periodista españoles que lo mismo servíamos para un roto que para un descosido -en los periódicos modestos uno podía hacer un día la información portuaria y al siguiente un partido de fútbol y no importaba demasiado que uno fuera el director del medio- parecíamos pobres de pedir comparados con aquella imagen impoluta de un triunfador, dios viviente, influyente y magnificente del “Nuevo periodismo”. Nunca supe exactamente qué era aquello del “nuevo periodismo” pero supuse que debía estar muy considerado y debía ser digno de generosísima remuneración a juzgar por la apariencia divina de sus practicantes. Wolfe se codeaba con las estrellas más rutilantes del pop y lo mismo compartía mesa y bellezas con Mick Jagger o Andy Warhol en Studio 55 que salía de un Roll rodeado de plumas de marabú en la 5ª Avenida. 
Sospecho que las diferencias se mantienen hoy en día.

Te puede interesar