Opinión

La petición de Iceta

Algunos políticos tienden a suponer que en campaña electoral puede decirse lo que se venga a la boca sin  necesidad de que esas manifestaciones dichas en el fragor de la batalla puedan luego pasar la factura correspondiente. Eso supongo que ha debido sospechar Miquel Iceta cuando ha prometido públicamente y por dos veces que si es presidente de la Generalitat solicitará  el indulto para aquellos políticos nacionalistas que esperan ser juzgados en el caso de que las sentencias sean inculpatorias. El máximo dirigente de los socialistas catalanes -los mismos que haciendo cuerpo con Ferraz respaldaron la aplicación del 155-  ha debido sorprender a las fuerzas políticas que se disputan el Parlamento de su comunidad pero me temo que ha sorprendido especialmente a sus compañeros de partido. Margarita Robles, portavoz socialista en el Congreso y jueza para mayor abundamiento,  apenas pudo balbucear una explicación plagada de lagunas ante una batería de micrófonos ávidos de conocer su parecer. Era tanto su sorpresa no exenta de disimulado desconsuelo que apenas se le entendió lo que decía. En su condición de federal, el  PSOE tiene que enfrentarse de vez en cuando a sustos de esta naturaleza y trata de auyentarlos con el menor número de daños posibles. Suele buscar la solución saliéndose por la tangente.
Iceta, de eso no cabe duda, está pasando un mal momento. Las encuestas que comenzaron ofreciéndole un refugio no exento de esperanza se desinflan y el candidato del PSC sabe que no va a ser otra cosa que tercera fuerza. Por tanto, ha tirado por la calle de en medio buscando el voto nacionalista a cuenta de asumir un desafío que no tiene ni pies ni cabeza y que ni siquiera puede sintonizar con el sentir general del partido del que forma parte. Es cierto que su aseveración está completamente vacía de contenido porque esa petición de indulto no es de su competencia, pero se ha marcado un brindis al sol que explica por su interés en la búsqueda de la reconciliación de todos los catalanes. Iceta –que es o al menos era un hombre sensato- es consciente de su disparate pero lo ha soltado al aire para calibrar su capacidad de influencia.
Hace mal sin embargo, y es exigible que el dirigente de un partido viejo, constitucional y respetuoso de la ley, no juegue con ella. En campaña, el listón de la tolerancia se eleva pero no todo vale. La peregrina solicitud de tan amigos y pelillos a la mar no es digna de un militante socialista y menos del candidato a una presidencia.

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