Opinión

La hora de las mociones

Esta carrera de obstáculos que define con entera propiedad el desolador panorama de un país judicializado recibe una nueva sentencia de los tribunales que se manifiesta demoledora para el Partido Popular, la formación gobernante que, para su desgracia y seguramente la de todos nosotros, cada día sale retratado de frente y de perfil en los papeles. Es esta sentencia la que pone punto y aparte al caso Gürtel porque no creo yo que en semejantes circunstancias se pueda cerrar el caso que todavía es susceptible de apelación. Pero, en todo caso, esta decisión judicial que sentencia a Luis Bárcenas a 35 años, a 55 años a Francisco Correa y a 31 a Pablo Crespo y que no ha dejado títere con cabeza aplicando penas de una dureza estremecedora, tampoco libra al PP al que, como argumento clave del documento, se considera culpable. Para rematar la jugada con una declaración que levanta en vilo, los magistrados expresan que no se fían de Rajoy, al que consideran en realidad consentidor de los desmanes cometidos por toda la trama. De 35 encausados, la Audiencia Nacional solamente libra a ocho de ellos. El resto recibe sanciones mortíferas incluyendo el ex marido de la exministra Ana Mato y la propia exministra, a la que no impone cárcel, pero sí una multa de 28.000 euros por lucrarse de la trama a base de viajes y festejos familiares pagados con dinero obtenido de manera fraudulenta. Personalmente creo que hay un antes y un después de esta sentencia y que Rajoy sale de ella irremediablemente tocado y echando humo por todos los motores.
Como no podía ser de otra manera conociendo al personaje, Pedro Sánchez se ha apresurado a asomarse a la ventanilla del Congreso para plantear allí su propia moción de censura. No es lo que necesita un país sumido cada día en más profundas turbulencias, ni es lo más aconsejable ahora que un loco xenófobo ha sido promovido como presidente de la Generalitat de Cataluña. Pero a Sánchez esa reflexión no le compete porque la situación del país en general, en comparación con su ansia infinita de sentarse en la Moncloa, se le da una higa y cualquier motivo es bueno para satisfacer su apetito feroz, aunque el método para conseguirlo necesite de un pacto suicida con todo lo que hay en el Congreso valga o no valga. Pero Sánchez no anda sobrado de afectos y no tiene otra vía para ponerse guapo que la del río revuelto y la ganancia de pescadores. El electorado se escapa a puñados en cada encuesta, el Hemiciclo le respeta poco, Podemos le ha tomado el pelo más de la cuenta y ni siquiera suscita fidelidades en su propio partido. Por tanto, en las urnas no va a ser presidente. Sospecho sin embargo que, con la moción, tampoco. Debería pensárselo.
 

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