Opinión

La estupidez sobre ruedas

Uno de los más dudosos comportamientos de Podemos es aquel que trata de ejercer la política como si fuera un juego, otorgándole un ridículo aire lúdico a una función que nada tiene de diversión y en la que el juego que se practica recuerda sobre todo al tenderete de un trilero. Podemos ha otorgado matices circenses a sus actividades parlamentarias, se presenta en la calle acompañando sus mítines con juegos malabares, magos en zancos y cuenta cuentos,  se esfuerza en impregnarlo todo de un tono falsamente didáctico como si los destinatarios del mensaje fuéramos tontos de capirote, ha convertido el Hemiciclo en un plató donde todos los días rueda una comedia para mayor gloria de sus estrellas refulgentes –las que salieron victoriosas de la purga de Vistalegre II, todo hay que decirlo-  y, en definitiva, cuesta encontrar en ese permanente y fatigoso lenguaje algo que sobreviva a la cursilería que paradójicamente empapa todo el discurso de una fuerza política supuestamente juvenil que, sin embargo, se expresa con un lenguaje construido a medias entre el vodevil y los evangelios. Escuchando aquellos mensajes de Vistalegre que abogaban por la hermandad, el amor entre militantes, el entendimiento cósmico y la obra de todos, uno parecía  estar escuchando al controvertido San Josémaría  cuando llamaba a la concordia a empleando los chascarrillos más desventurados. No hay tanta diferencia entre el modo de expresarse de Pablo Iglesias y el pelma de monseñor Escrivá.
La última ocurrencia de Podemos consiste en tirar de un autobús, una opción que ha contado con frecuentes aplicaciones. El autobús de Podemos con el que este sorprendente partido amenaza con recorrer media geografía española, ha sido bautizado con el nombre de “Tramabus” y es una costosa imbecilidad que se compone de un vehículo de cuatro ruedas en cuyos laterales están pintados con un acierto relativo rostros de supuestos corruptos –aparecen los de Blesa, Pujol, Bárcenas, Rato pero también los de Felipe González, Rajoy, Esperanza Aguirre incluso de personajes de la comunicación como Juan Luis Cebrián y Eduardo Inda. El primer recorrido fue paradójicamente específicamente planificado para la prensa y de cicerone hizo Pablo Iglesias. Tanta estupidez agota ciertamente. Pero también hace falta tener cuajo para ser periodista y subirse en ese viaje.

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