Opinión

La dimisión de Aguirre

Los hechos demuestran que Esperanza Aguirre ha sobrevivido a más situaciones políticas y personales que cualquiera otra personalidad pública española en tiempos de paz. No solo ha conseguido eludir sus responsabilidades en los dos casos de corrupción más graves en los que su partido ha estado inmerso –ha sido capaz de mantenerse en actividad a pesar de la Gürtel y la Púnica en la que dos de los cargos de mayor entidad nombrados por ella estaban involucrados y hoy permanecen en prisión- sino que ha superado un cáncer, ha sobrevivido a un ataque terrorista en Bombay del que huyó por las cocinas de un hotel en calcetines, y consiguió salir a salvo cuando el helicóptero que compartía con el hoy presidente Rajoy perdió altura y se precipitó sobre la arena de la plaza de toros de Móstoles en una campaña electoral de 2005.
Ha sido por tanto el de Esperanza Aguirre un continuo ejercicio de supervivencia mientras la marea se iba comiendo su territorio día a día hasta que esta última investigación a gran escala que se ha dado en llamar a saber por qué, Operación Lezo, ha apuntado específicamente a Ignacio González y su gestión a la cabeza del Canal de Isabel II y la mujer con mayor peso y más dilatada carrera política del Partido Popular a lo largo de su historia no ha tenido más remedio que rendirse. Ella también designó a González como había elegido a Granados, ella fue presidenta de una comunidad en la que presumiblemente se han cometido delitos a gran escala y ella ha reconocido públicamente entre lágrimas que ignoró y permitió muchos desafueros. Su carrera política estaba también irremediablemente tocada desde que hubo de renunciar a ostentar la alcaldía de Madrid a pesar de haber ganado las elecciones y, en definitiva, Aguirre ha llegado al final del camino. Antonio Carmona, que privó a Aguirre de esta posibilidad,  tampoco ha sido muy afortunado y hoy languidece defenestrado según él mismo asegura, leyendo periódicos.
Falta saber si esta dimisión va a conseguir paliar los efectos que las continuadas imputaciones por corrupción pueden ejercer sobre un partido en permanente evidencia. Probablemente no, pero lo que sí es cierto es que Rajoy se ha librado de uno de sus más recalcitrantes e incómodos rivales. Y a lo mejor hasta le viene bien y todo.
 

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