Opinión

La huella del referéndum

Si bien Escocia puede obtener de este plebiscito que ha catapultado a las verdes tierras del norte y sus curiosas vestimentas masculinas al primer plano de la actualidad un muy apreciable botín en clave de reformas, inversiones y una mayor cuota de autogobierno, la pasada por las urnas ha dejado cadáveres políticos como suele ocurrir en todas partes menos en nuestro país. Alex Salmond, el aguerrido adalid de la independencia escocesa que ha luchado hasta la extenuación por su causa, ha presentado la dimisión nada más conocer los resultados que certificaban una derrota más amplia de la prevista en las urnas, dejando paso a una dama de hierro de nuevo cuño llamada Nicola Sturgeon, formada en las filas conservadoras de la señora Thatcher de la que hoy reniega, y a ella le cabe a partir de ahora el papel de fiscalizar la concesión de todo lo que David Cameron se ha visto obligado a prometer para que los escoceses se avengan a seguir perteneciendo al Reino Unido de la Gran Bretaña cumpliendo ese ideario electoral de los unionistas que resumía la frase “better together” a la que Londres debe otorgar contenido. La señora Sturgeon tiene cara de ajustarle las cuentas hasta al lucero del alba y mucho más a Cameron, que ha perdido muchas plumas en ello.
La celebración del referéndum escocés significa sin duda una experiencia muy intensa para todos los europeos, y proclama la necesidad de reflexionar sobre el significado de esta corriente de afirmación nacionalista cuyas motivaciones parecen depositarse más en los aspectos económicos y financieros del fenómeno que en su vertiente más racial estilo Robert Burns. En Escocia nadie cuestionaba la figura de la reina Isabel II –su nivel de aceptación en el territorio escocés es del 55%- y los independentistas no parecían poner dificultad alguna para que siguiera siendo su soberana.
Se abre un ciclo nuevo en la política territorial británica en la que los políticos nacionalistas españoles se han querido reflejar (parece en realidad un contrasentido llamar español a quien no quiere serlo pero esa es la realidad al menos por el momento) pero el techo de autodeterminación y financiación al que el Gobierno de Londres puede llegar no alcanzará nunca ni con mucho el que disfruta ahora mismo Cataluña y País Vasco. Conviene saberlo.

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