Opinión

El famoseo en Pasión

Si existe algo que pone a nuestras celebridades de papel couché es la Semana Santa aunque aún es el día en el que el motivo se me resiste. Es cierto que hay que ser andaluz para entender en toda su intensidad el cóctel de sentimientos religiosos y profanos que se da cita en la magnificencia de los pasos de la Pasión de Sevilla o de Málaga, pero cierto es también que no llega con verlo un par de veces para interiorizar todo lo que hay en ello. Hay que ir aún más allá de este divino embrujo que impregna las madrugadas para tratar de comprender qué mezcla de egocéntrico divismo y sensible y sincero recogimiento se alía para hacer de personajes de cierta y probada evanescencia esas criaturas entregadas, profundas y misteriosas que se concentran año a año en estas celebraciones, ya recorriendo los empedrados al redoble del tambor bajo el capirote de penitente o cargando de costalero el pesado paso, ya desde el balcón que da al paseo, con mantilla negra y carita de emperaora, mientras quiebra el aire tibio del sur el canto roto de una saeta. Huele a cera y a jazmín cuando sonríe Terelu desde la ventana de su casa que se abre a la calle Larios, o cuando Antonio que es el cofrade mayor, tañe la campana que levanta las andas de la Borriquilla el día del Domingo de Ramos. Los Viernes de Dolores entre las sombras de la calle de las Sierpes, los Ordóñez marcan el paso bailando a su Virgen, y a los que no somos de ese mundo siempre nos sorprende algo. Melanie Griffith, por ejemplo, sabe mucho más de la Semana Santa que yo. Se le pone rostro trascendente cuando viste el tradicional tocado de encaje en luto y verde luna, sujeto por la peineta hecha de asta de toro que parece talmente un cuadro de Julio Romero de Torres por muy de Nueva York que sea recriada en California.
Estoy seguro de que hay mucha verdad en esos desplazamientos en tropel del famoseo al sur y su permanente protagonismo en el tiempo de la Semana Santa. El famoseo siempre obtiene partido de cualquier evento en el que se puedan lucir hechuras y los fotógrafos estén atentos a plasmarlas, pero no cabe duda de que están más serenos y menos banales que de continuo. Carmina Ordóñez era una diosa en el Rocío, pero además se le veía en la sonrisa que aquello calaba muy dentro. Carmina era mucha Carmina, guapa hasta cansarse y más infeliz que una bota vieja.

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