Opinión

Ya están ahí

Todo lo que he leído sobre Jim Foley es bueno y todo lo que publican estos días los periódicos llevan la firma de personas agradecidas que se expresan desde muy distintas tierras y continentes. Es verdad que uno siente la tentación de hablar bien de alguien que ha muerto y si la muerte ha llegado en circunstancias excepcionalmente dramáticas como le ha pasado a él, la tentación es mucho más fuerte incluso que la exigencia de ser neutral. Foley es el periodista que había caído preso en manos de los islamistas radicales en Siria hace dos años y ha sido decapitado ante una cámara de video por un sujeto enmascarado que hablaba con impecable acento británico en nombre del Estado Islámico y como supuesta respuesta a la actuación del gobierno estadounidense y su política en Oriente Medio. La divulgación de este vídeo que podía contemplarse colgado en la red hasta que ha sido borrado como no podía ser menos, apunta para el que quiera entenderlo el camino que nos espera si el mundo occidental no reacciona ante la amenaza yihadista y si mantenemos esa apariencia conciliadora que incluso nos impide defendernos legítimamente de la amenaza de una guerra santa que nosotros no podemos comprender pero que ya no tiene fronteras ni límites, que cada vez está más cerca y que es capaz de poner en práctica horrores como esta ejecución pública bárbara y siniestra producida, aunque parezca imposible, a punto de traspasar la frontera del primer tercio del nuevo milenio.
Una concordancia tan mayoritaria no puede ser fruto de la casualidad y es lícito aceptar por tanto que Foley era un gran tipo y hay que enorgullecerse por ello desde las entrañas de esta profesión nuestra que no todos los días encuentra motivos suficientemente sólidos para activar su autoestima. La sociedad en general tiene una opinión de este oficio nuestro de esas que no esconde cariño alguno y en general fluctúa entre la ausencia de respeto y la franca y no disimulada repugnancia, pero siempre hay personajes excepcionales, valerosos y honrados como Jim Foley que nos ayudan a redimirnos.
Pero a Foley no le han cortado el cuello por ser una gran persona sino por ser un occidental y muy especialmente, norteamericano, de modo que o nos lo hacemos mirar o van a seguir cayendo pescuezos rebanados además por sujetos que se han educado en Oxford que ya son ganas. El tiempo comienza, ya.

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