Opinión

En el nombre de la calle

El empeño por cambiar los nombres a determinadas calles de las ciudades es un hábito frecuente que personalmente no comparto, aunque he de reconocer que hay ciertos personajes perpetuados en el callejero que no merecen esos honores. En otros casos, el hábito se ha acendrado tanto que un cambio, aunque sea razonable, no se acepta. Hace algún tiempo, el ayuntamiento de Liverpool se planteó cambiar el nombre a Penny Lane, una de sus arterias principales, porque el sujeto que le otorga el nombre se había convertido en millonario con el tráfico de esclavos y la ciudad se avergüenza y con razón de haber sido hasta principios del siglo XIX uno de los mayores puertos esclavistas del mundo. Como los Beatles le habían dedicado a esta calle una de sus canciones más populares, se generó una protesta popular tan fuerte y compartida que la propuesta no prosperó y cayó en el olvido. A nadie se le ocurrió a partir de entonces proponer que se le diera otro nombre a Penny Lane por muy indigno y canalla que fuera el personaje que la había bautizado.
Carmena ha conseguido que los tribunales otorguen permiso para cambiar la denominación de cincuenta y tres calles de Madrid, una obsesión para la primera regidora de la capital que entró a saco en el callejero capitalino desde el día mismo en que tomó posesión. Los disparates cometidos por la corporación en esta arriesgada aventura hicieron época y sus errores de bulto consiguieron que se frenara  el proyecto hasta que no se depositara en manos de personas con una cierta cultura y un nivel de discernimiento suficientes para no hacer barbaridades -se quería cambiar el nombre de la calle Santiago Bernabéu por considerar franquista al histórico presidente del Madrid- lo que aparcó el deseo de la alcaldesa y sus gobernantes hasta crear una comisión presidida por Paca Sauquillo que tampoco es una autoridad en la materia que uno sepa.
De todos modos, Carmena se avino a una solución más sensata que su colega de Barcelona, que no contenta con cambiar el nombre de la calle dedicada al desventurado almirante Cervera por la del cómico gallego Pepe Rubianes -muy popular por haberse cagado públicamente en la puta España- determinó que el ilustre marino desposeído era un fascista y así lo comunicó en el inefable acto de la permuta. Colau, en realidad, no tiene ni idea de nada y se le nota.
El problema de estas actuaciones es precisamente el índice de cultura, que en el comportamiento de abundantes regidores municipales con frecuencia falla. Hay mucha acémila en el gremio de concejales. Y cuando se meten a historiadores la cagan.

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