Opinión

El viejo lema

Hace unos días una joven me llamó la atención en las termas de un gimnasio porque yo estaba tarareando una canción de los Beatles mientras me daba con los chorros en los riñones. Le respondí yo que, entre las muchas normas escritas en la pared sobre el modo de utilizar aquellas instalaciones no figuraba la de cantar, y mucho menos “Penny Lane” que es una canción muy buena –un “temazo” que diría el presentar de “OT”- Pero la buena mujer no pareció atender a razones porque hay mucha gente que va por la vida como si lo que desea hubiera de hacerse sin controversia alguna y punto pelota.
Le pasa a Pedro Sánchez, que ha decidido aplicar tratamiento propio a los ruegos o mandamientos que le tocan. Por ejemplo, los organismos de control de la Unión Europea le conminaron a que se ajustara al techo de deuda y procurara no pasarse, lo que el presidente del Gobierno interpretó a su entera voluntad subiendo los impuestos. Disfrazó la subida asegurando que repercutiría solamente en los ricos aunque él sabe muy bien que una subida es una subida y nos va a zumbar a todos, unos más y otros menos. La realidad es que la UE le pidió contener el gasto no incrementar la presión fiscal, pero esas cosas son minucias para él. El mismo fenómeno incide en la política de confundir churras con merinas que acostumbra a poner práctica la compañía de bajo coste “Ryanair”, cuyo lema debería ser el que presidió durante muchos años la cabecera del semanario satírico “La Codorniz” y que decía: “usted pregunte lo que quiera que nosotros le contestaremos los que nos dé la gana”. Apelando a una supuesta aplicación de medidas tendentes a no acumular retrasos, y vendiendo esta actividad como una mejora sustancial en las atenciones al cliente, la compañía irlandesa lo que ha hecho ha sido empezar a cobrar los equipajes de mano que los pasajeros suben a bordo y colocan en los cajones existentes sobre sus asientos. Se trata de una aplicación a todas luces injustificable pero la realidad es que aquel viejo lema de “La Codorniz” no solo sigue en vigor medio siglo después, sino que en estos tiempos ha cobrado un significado muy superior al de entonces. O sea, que a callar y luego si eso, ya veremos.

Hace unos días una joven me llamó la atención en las termas de un gimnasio porque yo estaba tarareando una canción de los Beatles mientras me daba con los chorros en los riñones. Le respondí yo que, entre las muchas normas escritas en la pared sobre el modo de utilizar aquellas instalaciones no figuraba la de cantar, y mucho menos “Penny Lane” que es una canción muy buena –un “temazo” que diría el presentar de “OT”- Pero la buena mujer no pareció atender a razones porque hay mucha gente que va por la vida como si lo que desea hubiera de hacerse sin controversia alguna y punto pelota.
Le pasa a Pedro Sánchez, que ha decidido aplicar tratamiento propio a los ruegos o mandamientos que le tocan. Por ejemplo, los organismos de control de la Unión Europea le conminaron a que se ajustara al techo de deuda y procurara no pasarse, lo que el presidente del Gobierno interpretó a su entera voluntad subiendo los impuestos. Disfrazó la subida asegurando que repercutiría solamente en los ricos aunque él sabe muy bien que una subida es una subida y nos va a zumbar a todos, unos más y otros menos. La realidad es que la UE le pidió contener el gasto no incrementar la presión fiscal, pero esas cosas son minucias para él. El mismo fenómeno incide en la política de confundir churras con merinas que acostumbra a poner práctica la compañía de bajo coste “Ryanair”, cuyo lema debería ser el que presidió durante muchos años la cabecera del semanario satírico “La Codorniz” y que decía: “usted pregunte lo que quiera que nosotros le contestaremos los que nos dé la gana”. Apelando a una supuesta aplicación de medidas tendentes a no acumular retrasos, y vendiendo esta actividad como una mejora sustancial en las atenciones al cliente, la compañía irlandesa lo que ha hecho ha sido empezar a cobrar los equipajes de mano que los pasajeros suben a bordo y colocan en los cajones existentes sobre sus asientos. Se trata de una aplicación a todas luces injustificable pero la realidad es que aquel viejo lema de “La Codorniz” no solo sigue en vigor medio siglo después, sino que en estos tiempos ha cobrado un significado muy superior al de entonces. O sea, que a callar y luego si eso, ya veremos.

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