Opinión

El soñador ilustrado

La Rioja es una tierra de gente muy laboriosa y seria de la que procede el apellido que me honro en llevar y de la que, en el siglo XVIII, salieron hacia Madrid los segundones de familias agricultoras y vinateras ricas, cuya sólida formación intelectual adquirida con salidas al extranjero y estudios humanísticos y científicos de notable consistencia, sirvieron para consolidar aquellos principios a los que le debe su existencia el bien llamado Siglo de las Luces. El hermano mayor se quedaba con la tierra y el siguiente cruzaba Pancorbo para aventurarse en la Corte donde todos juntos conformaron aquellas sociedades de Amigos del País que pusieron a andar el proyecto de una nueva economía, una nueva sociedad, una nueva ciencia y un nuevo pensamiento.
Félix María de Samaniego y Zabala fue uno de esos ejemplares excelentes de la aristocracia campesina de la Ilustración que, desde su solar natal en la plaza fuerte de Laguardia, cruzando el Ebro ya en la Rioja de Álava, aprovechó las infinitas ventajas que le ofrecían pertenecer a familia rica, para viajar, formarse y dedicarse a lo que el cuerpo le solicitaba. Fue un amable y divertido libertino, pecador irredento y epicúreo sin más fronteras que su propia conciencia, que eligió encauzar sus avanzados pensamientos y sus feroces críticas anticlericales por el camino de la fábula a la usanza de los clásicos y su admirado La Fontaine al que leía entusiasmado en su lengua vernácula. Apasionado del amor galante y sin cortapisas para practicarlo y describirlo más tarde, la Inquisición quiso meterle mano y aún lo tuvo una temporada encerrado en un convento de su tierra para reducarlo.
Samaniego  -que terminó a la greña con otro admirable caballero mucho más comedido y apuesto como era Tomás Iriarte- se jugó la peluca por defender un modo de vida que hoy se nos antoja cotidiano. Amó la libertad y la vida hermosa, hizo bandera del pensamiento y de la palabra y se fue con cincuenta y cinco años que vivió con la finura, la sensibilidad, la alegría y el gozo que le otorgó su inteligencia privilegiada. Nadie le recuerda ahora porque este país nuestro es atrozmente injusto con sus recuerdos y sus ejemplos humanos más notables. Descansa en la iglesia de su pueblo natal en cuyas posesiones eligió retirarse.
 

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