Opinión

El rapero prófugo

A mí también se me antoja excesivo castigar con una condena de tres años de prisión las necedades de un sujeto que responde al pintoresco sobrenombre de Valtonic, huido a Bélgica que es el sitio al que huyen todos los fugados de la justicia española quizá porque es Bélgica el lugar donde los españoles somos menos apreciados en todo el orbe, y en alguna de mis visitas a este país tuve ocasión de comprobarlo en mis propias carnes morenas. Valtonic es un rapero que propone unas letras monstruosas en las que insulta y maldice en estado puro tomando como blanco de sus iracundias a guardias civiles, víctimas del terrorismo, el rey y la Corona, las leyes, los principios religiosos y todo lo que, para entendernos, pone la carne de gallina a la gente de orden. Se trata de liarla en cada una de las estrofas de unas letanías interminables de las que se componen lo que en algunos círculos muy favorables al individuo se ha dado en denominar canciones, si bien uno sospecha fundadamente que canciones son otra cosa.
De todos modos, y aún aceptando que quizá sancionar estas salmodias con semejante pena pecaría de excesivo, existen dos o tres factores que me tienen de la cabeza y son, por este orden, la inaguantable falta de responsabilidad de algunos que no miden sus actos ni sospechan el castigo que les aguarda cuando contravienen la leyes, la inadmisible debilidad que muestra la sociedad a la hora de preservar sus propios derechos y deberes, y el inaguantable desprecio que estamos padeciendo por parte de Bélgica y las instituciones belgas, cuyo comportamiento no puede seguir tolerándose sin que las instituciones españolas y su diplomacia respondan de manera adecuada al trato injusto e injustificable que nos dispensan. Valtonic es un caso tipificado en el viejo refrán y por tanto es, a todos los efectos, el aldeano que tira la piedra y esconde la mano. De quien comete una tropelía y cuando ha de enfrentarse a la entidad de sus actos se da cuenta de que actuar así tiene un precio. Es el que le exige un ordenamiento jurídico que una parte de la sociedad española cuestiona permanentemente y en la mayor parte de los casos, sin el menor conocimiento.
Finalmente queda Bélgica, un país ridículo y caótico que quiere dar lecciones de democracia. Anda ya.

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