Opinión

El nacionalismo y Dios

Entre las cosas que más me llama la atención de los factores que construyen los nacionalismos patrios, es el papel de especial relevancia que ejerce la creencia religiosa en la construcción de su ideario. Es de general conocimiento que el nacionalismo vasco está especialmente conectado con la fe profunda de sus seguidores, y así ha sido desde los albores de su credo que tiene su semilla moderna  entre los primeros alentadores de la causa carlista, aquella que dejó planteada el bandido de Fernando VII cuando hizo amago de morirse y lo dejó para unos años después plantando un conflicto de sucesión que acabó en sangriento conflicto. Los ancestros ideológicos de Sabino Arana estaban en este proceso, y el propio Arana estaba imbuido de un hondo catolicismo con el que mantuvo una relación irregular a menudo impregnada de visionario misticismo. Algunos autores muy respetables mantienen que ETA se inició en las sacristías y existen sesudos estudios sobre el papel del clero vasco en este largo y mutante conflicto que se inició en 1832 y aún colea.
Menos estudiado pero en ningún momento caído en el olvido es el caso catalán, al que también le imponen fondo y forma sus profundas raíces religiosas expresadas desde las esencias del nacionalismo poético del cura Verdaguer que se leyó del tirón a sir Walter Scott y lo fue haciendo suyo, hasta la tortuosa santidad de Gaudí. Hay todo un sustrato de catolicismo intelectual en los prohombres del nacionalismo filo-político desde Cambó a Jordi Pujol -que refundó el catalanismo bajo las bóvedas de Montserrat desde Acción Católica- y esa fe se mezcla con la genética conservadora y clasista de todos ellos y ofrece un cóctel de consecuencias temibles como la mayor parte de los españoles hemos sabido. Desde su militancia en organizaciones católicas, las esposa de Pujol distingue entre  los catalanes que son los puros y el resto. No le gustan especialmente los negros, los gitanos y  los moritos.
La religiosidad en su expresión más arraigada se advierte hoy en Junqueras cuya fe es profunda y en Puigdemont, que suele practicar retiros espirituales frecuentes en el monasterio de Poblet, hábito que   practica desde muy joven cuando se encerraba a meditar en un internado rural regentado por curas. Conviene recordar que cuando uno de los Jordis fue sorprendido  por una pelea entre reclusos, estaba en misa. La fe mueve montañas.   

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