Opinión

El muñeco desgraciado

El comienzo de la semana ha ofrecido detalles con los que tratar de definir el delirante paisaje que está trazando el soberanismo catalán. Son pinceladas de un escenario caótico que si no fuera por el dramatismo que encierra daría mucha risa porque tiene arranques de un cómico subido. Durante el fin de semana, un envarado Carles Puigdemont ha pisado gracias a los favores de la alcaldesa Manuel Carmena, el parqué de una sala del ayuntamiento de Madrid para ofrecer una pintoresca conferencia que trataba de legitimar en la capital los ardores secesionistas. Al contrario de lo que hicieron en su momento los dirigentes independentistas vascos, Puigdemont rechazaba la invitación cursada por la vicepresidenta del Gobierno para explicara las razones de su plan de desconexión en el Congreso de los Diputados. Naturalmente, el presidente catalán no podía exponerse a un rechazo generalizado de su plan por una mayoría de diputados presentes en el Hemiciclo y no ha tenido cuajo para asumir sus responsabilidades y dar la cara en el lugar más idóneo para ser escuchado. Puigdemont es un sujeto muy poco brillante y más bien cortito al que su dudoso destino ha conducido al carril por el que circula y del que no puede desviarse en lo más mínimo, fiscalizado como está hasta sus últimas consecuencias por el resto de las fuerzas nacionalistas cuyos pactos le han permitido presidir el Gobierno.
Los noticiarios nos han ofrecido estampas que ilustran este cúmulo de despropósitos. Puigdemont saludando al rey Felipe que le tiende una mano teñida de desprecio, Puigdemont tratando de salir en la foto que hace al monarca protagonista en la entrega de becas a jóvenes estudiantes de élite, o Puigdemont tratado de mentiroso y traidor por la vicepresidenta Sáez de Santamaría por desarrollar en secreto el documento que establece las condiciones de independencia mientras marea la perdiz de una hipotética negociación.
El presidente de la Generalitat es, y así se muestra en el torrente de imágenes en las que ha salido retratado en estos días, un simple muñeco en un teatro de marionetas apareciendo y desapareciendo del tinglado con el mismo gesto, el mismo peinado decimonónico y la misma estúpida sonrisa pase lo que pase y salude a quien salude. La Historia acabará tratándole como lo que es porque cuando se acabe este lamentable argumento tan desquiciado como imposible, al presidente se le caerá lo superfluo y se quedará en el hueso.

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