Opinión

El mundo que no me gusta

El mundo en el que vivo no me gusta nada y dicen los que entienden de esto que esa es una sensación que predice de manera fiable la ancianidad. Es posible que así sea y que los que estamos ya en edades de regreso nos sintamos visiblemente desorientados por multitud de cosas que ocurren a nuestro derredor y que no somos capaces de interpretar. No interpretamos el lenguaje de las nuevas tecnologías, no somos capaces de encontrar algo destacable en la música actual y nos aferramos con añoranza a la que se hacía en los viejos y buenos tiempos, nos asomamos con angustia a las nuevas tendencias que imperan en las artes plásticas porque se nos hace imposible aceptar como respetable ese sistema de exponer en forma de “performance” en la que algún artista ha llevado su pretensión más allá de lo razonable y recuerdo a uno muy famosos al que hubieron de rescatar de un tanque de agua en el que a poco se ahoga… En definitiva, que estamos en franca aunque natural desventaja.
Asistir situaciones que uno no puede explicar produce una gran desazón y transmite a quien las padece una triste sensación de debilidad, desamparo e ignorancia. Pero lo que nutre las portadas de los periódicos desde la amplitud a la cotidianeidad es hoy tan desolador que sospecho y desearía creer que no puede gustarle a nadie. No solo a los vejestorios como yo.
Ha pasado lo de Manchester y me pregunto en qué mundo estamos viviendo y que albedrío permite que un sujeto mate adolescentes esgrimiendo para ello el nombre de Dios. Hoy Manchester somos todos nosotros: niños que se asoman a la vida con la sonrisa y la esperanza intacta, padres que aman a sus hijos más que a su propia vida y que desean dejarles en prenda un mundo mejor, abuelos que contemplan a sus nietos con ternura infinita y a los que solo pensar que a esos sus niños pudiera pasarles algo les cercena el alma…
Y luego está el plano doméstico. Un sujeto de 18 años que conducía un coche acompañado por una joven igualmente culpable, mata de un puñetazo a un anciano de 81 a la salida de la farmacia donde éste adquiría medicinas para cuidar a su esposa enferma. Pudo atropellar al caballero, éste le recriminó con el bastón y esta bestia le mató de un puñetazo y se dio a la fuga. Llevaba el automóvil de su padre con una gran letra L en el espejo trasero porque era principiante. Se entregó tras cinco horas de la mano de su padre.
No me gusta este mundo que vivo. No me gusta nada.

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