Opinión

El infierno de los días

No siento la menor simpatía por Carles Puigdemont ni le atribuyo rigor ni preparación para ejercer un cargo en el que sospecho se ha asentado este caballero como consecuencia de su bendita mediocridad. La deriva seguida por Artur Mas y su diabólica habilidad para acabar con todo -incluyendo su propio partido al que condenó a muerte por expreso deseo de su calamitosa gestión-  le otorgó el sillón pues el resto de los partidos de carácter secesionista suscribieron un pacto con los herederos de CIU sabiendo que utilizaban su derrota. Puigdemont era un filólogo de catalán reciclado en periodista que acabó siendo alcalde y saltó al parlamento regional posteriormente sin hacer nada ni de bueno ni de malo. Los conjurados pensaron en él como en un individuo inocuo al que no sería complicado manejar. Gris marengo y sin brillantez alguna, fue la CUP la que se avino a su nombramiento y la que, a partir de ese momento, controló todos sus movimientos y administró todas sus decisiones, sus sentimientos y sus tiempos.
Pero el hecho de que no me caiga nada simpático –me produce aún más aprensión su compañero Junqueras- no me impide reconocer las dificultades personales por las que atraviesa a estas alturas el presidente y el infierno en el que supongo está viviendo. Sospecho que una tensión de esta naturaleza, hora a hora y día a día, no puede ser saludable y Puigdemont debe estar viviendo un tramo final de este enloquecido proceso cocido a fuego lento. No creo que haya posibilidad de salir indemne de este laberinto.
Algunas voces en las redacciones de los periódicos que están para entendernos fuera de la melé, especulan con la posibilidad de que la presión y el convencimiento de que está metido en un callejón sin salida -que tornará en hostil su situación personal responda lo que responda  el próximo lunes- pude propiciar su dimisión. Un amigo mío muy versado en el análisis político asegura que esta renuncia propiciaría una dimensión benéfica al contencioso y aportaría claves muy importantes en la resolución del conflicto.  Lleva razón y yo también me apunto a la creencia de que dimitiendo Puigdemont aclararía considerablemente el panorama. Pero me temo que la decisión convertiría al actual presidente en un maldito al que todos repudiarían. No solo en su entorno secesionista sino entre los otros, los que sigue fieles al orden constitucional. No creo por tanto que Puigdemont se avenga a caer tras reflexionar sobre las complicaciones del porvenir que le espera. Aún así, lo tiene oscuro. Y con todos tirándole de los bordes de la chaqueta se debe vivir en vilo. No le amo precisamente. Pero tampoco lo envidio.

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