Opinión

El día después

Es posible aunque no sea seguro, que este desastre al que el nacionalismo de decretazo y clientela ha conducido a Cataluña ponga un antes y un después en la vida de todos nosotros. Es posible pero no seguro, aunque el panorama se está dibujando paso a paso y no debería existir otra fuente inspiradora para este rediseño que la de contemplar los restos del naufragio  y la ruina física y moral en la que está acabando todo esto. Puijdemont va camino de convertirse en un molesto estorbo ahora que no se recata de considerar en su agujero belga otras alternativas para sintonizar con España que ya no tienen por qué ser la independencia. Junqueras -con el que dicen ya no se habla- espero apacible el martirio en su refugio forzado de Estremera mientras Forcadell ya no tiene cuajo para salir a la calle y solo aspira a que la olviden lo antes posible. La presión callejera afloja, las encuestas  premian a los partidos constitucionalistas y satanizan a Unidos Podemos. Y los Jordis apenas tienen ya quien los quiera.
La debacle de esta vergonzosa mentira secesionista que, paradójicamente, se tragaron sin pestañear muchos periodistas europeos, debería por tanto abrir la puerta a un nuevo panorama que puede no tener afortunadamente que dar la vuelta. A partir de la fecha y como respuesta lógica  a un golpe de mano de gravísimas consecuencias y suma  trascendencia, la izquierda   se ha dejado por fin su vergüenzas, sus sofocos, sus manías y sus tabúes en el  perchero y ha comprendido lo lejos que están ya los ecos del franquismo y las horribles consecuencias de una guerra civil cuya herida todavía y hasta hace muy poco tiempo estaban haciendo supurar. Hasta quien dice antes de ayer, la izquierda incluso la más tibia, se la cogía con papel de fumar para pronunciar la palabra España –ha utilizado circunloquios complicadísimos para evitarlo- seguía manteniendo que acoger los colores de la bandera nacional era síntoma de fascismo y declararse constitucional abocaba a una etiqueta vergonzante e impropia de la clase trabajadora. Craso error viniendo de instancias que antes del 36 eran defensoras a ultranza de la unidad, de la Constitución y de los valores de la patria. Llegó el 36 y lo jodió todo, eso es cierto.
Por fortuna, la embarcación vira y la joven izquierda de hoy en día ha cambiado el discurso. Gracias a la amenaza catalana que, como ocurrió con el nacionalismo vasco, se sembró y se hizo fuerte en foros conservadores, en ámbitos meapilas, en círculos de lo más pudientes y en centros de presión donde el capital era quien decidía. 
Por el camino de ahora vamos bien. Y las encuestas lo detectan. Yo también y mira que me han llamado fascista.

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