Opinión

El control de medios

Aunque cueste admitirlo y ninguna formación política desee hacerlo, el control de un medio tan poderoso como la televisión pública es materia prioritaria para los partidos que se encaraman al mando. Cualquier manual de actuación política aconseja como primera medida el control de los medios de comunicación si uno quiere hacerse con los resortes del poder, y por eso cuesta entender cómo se dejó suelta TV3 tras la aplicación del 155. De hecho, la televisión pública autonómica catalana mantuvo sus constantes independentistas y se convirtió en el bastión más poderoso para sustentar y seguir manteniendo viva y saludable la causa.
Hay puntos irrenunciables en el desarrollo de estrategias para el control que necesitan de un tratamiento urgente cuando se produce una situación como la que se ha producido hasta ahora, y de cándidos es negarlo aunque al contribuyente le parezca  muy poco ético que personajes que se han hartado de abanderar la lucha por la decencia, la libertad y la independencia en  los medios de comunicación adscritos a los gobiernos se sumerjan en el mismo vicio en cuanto cambian de trinchera. Y los que estamos en el ajo de estas cuestiones -en definitiva, los profesionales de la comunicación- somos los primeros en desear unos medios públicos libres de la tutela y la agobiante presión de aquellos que están en las instancias de la gobernación como primera muestra de buena voluntad para la construcción de un ámbito de información sano y libre de presiones al que nosotros aspiramos.
Desgraciadamente, la utopía es una y la irrefrenable tentación de control es otra, y los partidos políticos que se incorporan al Gobierno no renuncian jamás a colocar a sus afines en la escala de mando de semejantes y potentísimas instituciones. Y así, quienes abogaban por la necesidad de una televisión pública libre e independiente, lo primero que han hecho ha sido un burdo intento de colocar al suyo en la cúpula de la corporación eligiendo para ello a un periodista claramente afín a Podemos que para colmo de males, no tenía ni la más mínima experiencia ni formación en el complejo ejercicio de gobernar un ente del tamaño y complejidad de la RTVE.
El precario equilibrio existente entre las formaciones que propiciaron la moción de censura hizo descarrilar esta primera opción y ha vuelto a pulverizar una segunda, porque poner de acuerdo formaciones tan dispares en un tema tan condenadamente goloso es un problema. A lo mejor, hay que colocar ahí a un técnico puro y duro para que gestione y ya se encargarán los periodistas afines de afinar en los aspectos informativos. 

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