Opinión

El ejemplo a seguir

No por mucho madrugar amanece más temprano y no por muchas horas que uno permanezca en su puesto de trabajo va a producir un mejor rendimiento. El rey Carlos III, al que los expertos han designado con toda razón el mejor monarca de la historia española, no dedicaba a las tareas de Estado más allá de cuatro horas al día y su reinado, de resultados por otra parte irreprochables, está definido por tres grandes paradojas que habrían podido dinamitar esa reconocida excelencia a poco que hubieran campado libremente y sin la inteligente custodia de su autor. Al mejor alcalde de Madrid no le gustaba en realidad su ciudad y solo pasaba en ella dos meses escasos al año, ha pasado a la posteridad como el mejor ejemplo de rey ilustrado y la verdad es que en su exacto reparto de las jornadas no se tiene en cuenta tiempo alguno para escuchar música o leer un libro, y por último, serenamente católico, fue el único de todos los monarcas españoles que expulsó a los jesuitas.
Sin embargo fue un gran hombre y su ejemplo debería servirnos hoy para profundizar en la bondad que acompaña a los discretos y en el acierto de dejarse gobernar por personas naturales, sencillas y sensatas como el buen rey lo fue sin duda. En un tiempo como el nuestro, esclavo de la comunicación, las redes sociales y el acceso ilimitado a la información, se corre el peligro de no separar el gran de la paja y dejarse embaucar por lo prescindible olvidando lo bien que va todo cuando el que está al cargo pasa desapercibido. Carlos III, que fue un rey excelente y un ciudadano ejemplar, dos siglos después de haber vivido sigue proponiendo un sistema de trabajo que basa su eficiencia en rodearse de los más capacitados que saben elegir lo trascendente y prescindir de lo banal. Y además, proclamó sin excentricidades ni disloques, la honestidad como fórmula para el uso del poder y la humildad como herramienta para ostentarlo y transmitirlo. No me parece a mí tan mala cosa el despotismo ilustrado. 
Al buen rey Carlos solamente hay que pedirle cuenta de una situación de la que, con franqueza, hay que considerarle también y en justicia inocente. La desgracia de haber sido sucedido por un tonto de baba y un maldito. Su hijo Carlos IV y su nieto Fernando VII. Cosas del destino al que no hay quien entienda.

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