Opinión

Dos casos y un mismo dolor

No somos los españoles gentes pragmáticas de temperamento frío y capacidad de análisis como ocurre con las razas escandinavas. El nuestro es un carácter  explosivo, dado al exceso, muy aficionado a guiarse por la primera impresión y difícil de atemperar cuando supone el vaso colmado. Por tanto, vivimos en un escenario social muy propio y muy compartido por todos nosotros a pesar de la absurda manía de apelar a la diversidad que es el argumento con el que las huestes nacionalistas tratan de explicar la veracidad y necesidad de su propio proceso. Lo cierto es que reaccionamos en caliente ante determinados estímulos y quizá esta sucesión de dolorosas situaciones vividas que hacen protagonistas de episodios trágicos a determinadas mujeres, puedan obligarnos a plantear una reflexión más ponderada y sensata de nuestra conciencia colectiva.
Me refiero a los casos de Diana Quer y al que ha puesto de triste evidencia una banda de depredadores que se autodenominan “la manada” cuyo procedimiento judicial está todavía en curso. Diana Quer, una muchacha de dieciocho años que pasaba habitualmente el verano con su familia en A Pobra do Caramiñal, desaparece una noche de verano de camino a su casa a la que se dirige sola tras acudir a las fiestas de la localidad. Esa madrugada, Diana contactó por teléfono con algún amigo madrileño y luego se evaporó en la oscuridad. El caso se convirtió en un referente informativo capaz de movilizar  a la presa, a las radios y especialmente a las emisoras de televisión, cuyos enviados especiales coparon literalmente  la orilla norte de la ría de Arousa desde Riveira a Pontecesures. Pero la dolorosa verdad es que, mientras esa campaña mediática absolutamente asilvestrada  especulaba sin el menor recato con los hábitos de Diana, voceaba sus sospechas de que la joven se hubiera fugado de su casa con un amante ocasional, Diana estaba ya muerta. Y lo estaba porque se defendió de su agresor, no se entregó a sus deseos y trató de plantarle cara. La muchacha a la que el colectivo de “La manada” atrajo a un portal de Pamplona para ser violada en un salvaje rito grupal, prefirió no oponer resistencia  porque si lo hubiera hecho quizá hubiese muerto triturada por la bestialidad de más de media docena de tíos como castillos, borrachos y fuera de sí. Ese comportamiento aplicado para salvar la vida, fue interpretado como un síntoma de acuerdo, complicidad y tolerancia. Si te opones, malo. Si no lo haces, malo también. Algo no funciona.

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