Opinión

El día después

Con independencia de posteriores y sesudos análisis que retorcerán el hilo del ovillo hasta el paroxismo como suele ser práctica habitual, los resultados de las elecciones del domingo dicen que las ha ganado Mariano Rajoy y que el voto de los españoles le vuelve a tender la mano. El clamoroso fiasco de las encuestas demuestra que una cosa es lo que dicen que hacen los electores y otra muy distinta lo que hacen, y a la hora de depositar el voto en la urna, cada quién ha reflexionado, ha votado lo que creía mejor para el país y a la salida, cuando los encuestadores le han preguntado, ha contestado lo que le ha parecido más bonito. Entre los jóvenes ese fenómeno ha tenido que producirse forzosamente a la vista de las cifras de las urnas.
Nadie puede exigir a estas alturas legítimamente que Rajoy se vaya a casa. Su partido se ha movilizado con él, ha trabajado hasta la extenuación para reconquistar la parroquia perdida, y ha finalizado la jornada dominical celebrando un triunfo meritorio y merecido que le ofrece una subida porcentual de más de seis puntos y un incremento de catorce escaños que legitiman al presidente en funciones y refuerzan su figura y su condición de líder sensato, paciente, reconocido y bien considerado en el exterior. Rajoy ha aguantado el tirón y ha invertido la tendencia. Ha ganado en todo el país salvo en Cataluña y en Euskadi y ha vencido en Extremadura y Andalucía, los dos feudos socialistas. La derrota en Andalucía es muy sangrienta para el PSOE porque no solo retrata de frente y de perfil a su líder actual, Pedro Sánchez, sino que pone en dramática evidencia a su recambio. Susana Díaz  tendrá que perseguir el proceso de sustitución con una dolorosa derrota a las espaldas y esa no es manera de presentarse.
Sin embargo, el problema del PSOE ya no es exclusivamente de personas sino de fundamentos. Sánchez respira porque lo que se preveía hecatombe ha quedado tan solo en desastre. Desesperado por sobrevivir, apenas le importa el valor de los resultados y lo que significan, y ese análisis irreal y complaciente sin sombra alguna de autocrítica condena a este PSOE de diseño y pacotilla a ser un partido habituado a la derrota, que se contenta con no morir y que no se ha parado a pensar dónde le lleva este camino que recorre a ninguna parte. Es cierto que no ha existido sorpasso y que Podemos ha patinado en su empeño de fallecer de éxito ante un espejo que le engaña. Pero eso no le arregla al PSOE un futuro trágico si los sabios de un partido histórico e imprescindible para el equilibrio del país no meten mano. 
Ring, ring. Oiga, ¿está el señor Rubalcaba? Que se ponga…

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