Opinión

Detrás del fuego

La apocalíptica ola de incendios que ha asolado Galicia en este trágico inicio de la semana  de otoño parece un suceso de una dimensión tan importante que nada debería ser lo mismo en la planificación de los medios y los recursos que impidan escenarios tan dantescos después de esto. Para mayor desgracia, las anunciadas lluvias que ya han comenzado a hacerse presentes –en Cataluña han sido torrenciales estos días- y que han permitido controlar y eliminar los últimos focos, van a propiciar el desprendimiento de detritus que acabarán en el mar con los consiguientes daños a las campañas de marisqueo. Estamos ante una cadena de desgracias que cumplen un ciclo tradicional y lamentablemente obligado. Incendios devastadores, lluvias capaces de apaciguar el fuego y toneladas de sedimentos posteriores que se desprenden laderas   abajo y acaban cayendo en la ría y asfixiando los cultivos de croques y de almejas.
Lo más despiadado de todo ello es que el factor desencadenante de esta tragedia de tres o más eslabones no es en sentido estricto la madre naturaleza sino las manos de sujetos probablemente de nuestra misma tierra que, atendiendo a los más oscuros motivos, le han pegado fuego al monte y han puesto en marcha la primera parte del ciclo. El resto viene obligado.
Lo más sorprendente de todo es que, por mucho que se han repetido estas actuaciones criminales que provocan estas pesadillas que veces -como ha pasado ahora- se cobran muertos, es que seguimos sin saber a ciencia cierta qué se esconde detrás de estas indignantes estrategias. La realidad es que nadie es capaz de detectar a ciencia cierta por qué hay desalmados que  queman el monte y que se persigue con estas quemas. Hay un número regular de especulaciones, hay teorías para todo el mundo e incluso el catálogo de interpretaciones varía abiertamente según la explicación proceda de la izquierda o de la derecha. 
Sospecho que la materia ha de ser muy difícil porque el auténtico meollo de la trama no se ha aclarado nunca  gobierne en la Xunta quien gobierne. El debate político que generan los incendios que asolan nuestra comunidad es áspero y despachado a cara de perro pero siempre acaba como empieza. Crudeza en el diálogo, principio eterno de desacuerdo y poco más. Todos hacemos cávalas sobre la naturaleza de los culpables, diálogo que se mantiene firme hasta que se disipa la temporada. El diálogo se restablece con el próximo fuego. Sinceramente y como me ocurre con muchas otras cosas, no acabo de comprenderlo.

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