Opinión

De carne y sangre

Contemplar la degradación de muchos de los mitos con los que uno ha alimentado el apetito de la admiración que en edades juveniles es casi irrefrenable produce a esta edad que yo cuento un dolor casi insoportable. Siendo joven se fija uno en sujetos de referencia que le sirven de ejemplo y le ofrecen un espejo en el que mirarse hasta que uno se da cuenta con el paso de los años de que los que resisten son muy pocos y la mayor parte de aquellos que idolatró en su día dan vergüenza. Y como se empeñan en no morirse a tiempo, arrastran sus miserias como almas en pena aullándole a la luna como perros famélicos culpables de no respetarse ni siquiera a ellos mismos.
Lula da Silva ha sido condenado a doce años de cárcel por una sucesión de delitos que no solo pulverizan su aura, sino que acaban con el mito, con su fama y con su propia persona juzgada y condenada. El muy desdichado pretendía rizar todos los rizos de incoherencia y banalidad y presentarse a las elecciones generales desde el talego, donde está internado por sus propias e indefendibles acciones. Lula ha matado las ilusiones de miles de personas que confiaban en él, que lo adoraban como símbolo de la defensa de los más necesitados. Lula era un ejemplo. Hoy es lo que es, un sinvergüenza encarcelado por robar a mansalva, corromperse y rendirse a su propia ambición. 
Por fortuna, el nuevo candidato de su partido ha acabado con esta farsa tras visitarlo en el maco. Lula cumplirá su condena y será santamente olvidado. Menos mal.
A Maradona ya le dedicaremos un espacio. Me ahogo en vergüenza y oprobio al contemplar el camino de perdición al que está abocado. Un pingajo que lo fue todo, maldita sea. Vuelve para entrenar a un equipo mejicano de Segunda División que alguien le ha metido entre las manos para tratar de salvarle la vida a quien fue un dios del balón que pronto hizo de su recuerdo un calvario, de su memoria risión y de su vida un sainete trágico. 
Sospecho que cuando uno ha sido una figura universal supone que puede seguir siéndolo toda la vida, aunque sea un desastre. Pues no. Todos somos de carne y sangre.

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