Opinión

Cuarenta años

Los muy veteranos, los de la quinta que vivimos la Transición, nos regalábamos ayer con un puñado de recuerdos y un amable rosario de orgullosas vivencias que nos permitían considerar la calidad -quiero creer incuestionable- de nuestra aportación al proceso. Fuimos nosotros, hoy setentones pasados y achacosos en su mayoría, los que más y mejor nos sacrificamos para abrir este país a las delicias de un orden nuevo. Y lo hicimos desde todos sectores, desde todos los lugares, desde todas las posiciones sociales y lo que es mucho mejor y con ligeras y  obligatorias excepciones, desde todas las ideologías. Ayer se cumplían cuarenta años de la Constitución del 78, y vivimos en un país ejemplar,  abierto, libre, avanzado y en permanente evolución porque en aquellos días de zozobra los españoles fuimos capaces de ponernos de acuerdo y aceptar esperanzados un nuevo marco de convivencia. He leído por ahí en algún lado que ciertos sectores independentistas se han permitido catalogarla como “una puta estafa”. Precisamente es la generosidad de esta Constitución elaborada en el ámbito de un consenso inspirado en la voluntad de la mayoría, lo que permite que alguien se exprese de esa manera. Y es nuestra Constitución la que garantiza los derechos y deberes de incluso de unos indeseables como los que así se permiten opinar de ella.
Constitucionalista devoto como soy, y orgulloso defensor de la España institucional que nos protege y nos ampara, me he sentado a pensar -aprovechando la inspiración que proporciona un ámbito como el de esta celebración de los cuarenta años de la carta Magna- por dónde debe conducirse el proceso de modificarla para que pueda continuar prestando el inapreciable servicio que  nos ha prestado hasta ahora. Y si bien entiendo que esas puntualizaciones son necesarias, también pronostico que flaco favor le haremos al país si no los abordamos con el mismo espíritu de conciliación y la misma generosidad con que se redactó en su momento. Un cambio constitucional –que es perfectamente posible y el mismo texto constitucional así determina y lo permite- debe hacerse desde la responsabilidad y el consenso. Cambiarla es pertinente, pero para hacerlo mal, más vale dejarla como hasta ahora.

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