Opinión

Cuando volábamos bien

La imagen de un pasajero asiático en una compañía aérea estadounidense extraído a rastras de un avión a  punto de despegue trasmite no solo una profunda inquietud entre los usuarios del trasporte aéreo sino que aviva el profundo debate que la sociedad mantiene sobre el comportamiento de las compañías que operan en el sector. Este episodio lo protagonizó al parecer un usuario que era médico y que se negó a abandonar el aparato cuando la compañía comunicó que necesitaba cuatro plazas para que viajara una tripulación de refresco y, apelando al overbooking, sorteo el nombre de aquellos que tenían que ceder obligatoriamente su asiento. El médico argumento que tenía pacientes que le esperaban y no quiso obedecer la orden. El equipo de seguridad de la compañía le sacó del avión a estacazo limpio.
Probablemente, las leyes del transporte aéreo permiten a las operadoras ejercer este dudoso derecho aunque otra cosa es el método del que se valen algunas de ellas para  imponerlo. En este caso, la estampa de este pobre señor arrastrado  a la fuerza por el pasillo de la aeronave con síntomas inequívocos de haber sido descalabrado previamente por los forzudos auxiliares lo que produce es la entera conciencia de que los pasajeros nos hemos vuelto ganado para las compañías, las mismas que cuando viajar en avión era muy caro y estaba reservado para ricos, trataban a sus clientes como reyes. Hoy vuela cualquiera, los billetes de avión están al alcance de casi todos los bolsillos y las condiciones en las que le ponen a uno en el aire nada tienen que ver con aquel trato exquisito que las líneas aéreas otorgaban a sus usuarios incluso aquellos que viajaban en los asientos más baratos del aparato. Recuerdo el trato incluso en vuelos domésticos, las sonrisas, el periódico de regalo, el vaso de naranjada, los caramelos, los desayunos y almuerzos en los vuelos más largos, el trato pausado y sensible en las horas previas y durante el embarque. Eso fue hace mucho tiempo.
Viajar en avión es ahora un tormento y uno se siente baqueteado, ninguneado, despreciado y tundido. Y uno está deseando bajarse del avión si bien aún aguardan tragos más duros a la hora de retirar el equipaje de la cinta de transporte porque puede ocurrir que no esté. Ese caballero extraído de un avión a batacazo limpio no es una excepción. Es un estilo.   

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