Opinión

Como un belga por soleares

Es Bélgica uno de los pocos países que no han ejercido la más mínima capacidad de seducción sobre mi alma viajera. Con menos años sustentaba yo una irrefrenable vocación por conocer tierras y gentes, y si no conozco muchas más es por los evidentes motivos que hacen del viajar un ejercicio no abierto a todos los bolsillos. He estado en Bélgica algunas veces y la conclusión apenas ha variado entre visita y visita que siempre ha tenido como telón de fondo algún hecho desgraciado. Un frío estremecedor con lluvia gélida o nieve, una niebla que se agarra al fondo mismo de los pulmones o el extravío de una maleta en el aeropuerto de Bruselas que recuperé inservible. Yo creo que Bélgica y los belgas tienen mala sombra, incluso reconociendo que el comisario Maigret es uno de mis personajes de ficción favoritos. Su autor, George Simenon era –como muchos de los grandes iconos de los que se incautó sin reparo alguno la cultura francesa como Magritte, Jacques Brel o George Remí alias Hergé- ciudadano belga.
No es fácil disfrutar de cordialidad en Bélgica, ni los belgas se muestran como gente divertida y abierta al menos en mi experiencia. Sospecho que sus infrecuentes condiciones geopolíticas contribuyen  a configurar ese carácter ligeramente sombrío y poco efusivo que incluso es capaz de inspirar los versos más irónicos de Sabina: “Extraño como un pato en el Manzanares, torpe como un suicida sin vocación, absurdo como un belga por soleares, vacío como una isla sin Robinson” escribe en una de sus canciones más populares.
En el país habitan en deplorable convivencia dos etnias completamente distintas que no hablan el mismo idioma, no tienen lazos comunes y apenas se soportan, amasando un problema milenario que amenaza la unidad del país con carácter permanente y convierte su política doméstica en un constante ejercicio de volatín sin red. Por estos y por otros mil motivos –los belgas suelen comerse sus mejillones con salsa de tomate y patatas fritas dónde carallo se ha visto eso- las estúpidas declaraciones de algunos de sus líderes no me pillan por sorpresa pero sin me irritan profundamente- No son precisamente ellos los más cualificados para  ejercer de críticos ni censurar los hábitos democráticos de un país como el nuestro, al que desde los tiempos de los tercios de Flandes han jurado odio eterno. Bélgica es un país en perpetua crisis cuyas instituciones funcionan prendidas por alfileres. Han dado asilo político a etarras y nos han faltado con frecuencia el respeto. También ahora con los prófugos catalanes entrando y saliendo. Lo menos que podían hacer algunos de sus políticos y muchos de sus habitantes es guardar silencio.

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