Opinión

Cien años del caos

Henry Nicholas John Günter, un sargento primero de 23 años nacido en Baltimore, alistado voluntario y destinado al 313 regimiento de la Infantería de los Estados Unidos fue, para su eterna desgracia, el último soldado en caer muerto en el campo de batalla durante la I Guerra Mundial cuyo centenario se celebra estos días. El armisticio comenzó a regir a las 11 de la mañana del 11 de octubre de 1918 y el sargento Günter recibió un disparo mortal en el pecho efectuado por un fusilero alemán un minuto antes de que la paz se declarara de manera oficial en todos los campos de batalla. Günter, católico ferviente y nieto de emigrantes alemanes, cayó a las 10’59 de aquella mañana última de la tragedia al borde mismo de una trinchera en los campos de Francia cuando el oficial al mando de la posición se llevaba el silbato a la boca para decretar el cese definitivo de las hostilidades. En realidad, los Estados Unidos entraron en guerra a un año de su conclusión, incitados a ello por un submarino alemán que hundió el trasatlántico británico “RMS Lusitania”, en tránsito de Nueva York a Liverpool. De las 1198 personas que entre pasaje y tripulación perdieron la vida en esta tragedia, 128 eran estadounidenses incluyendo conocidos personajes de la vida social a ambas orillas.
El pasado domingo e invitados por presidente de Francia, multitud de jefes de Estado y de Gobierno se dieron cita  para conmemorar estos terribles hechos y hacer votos porque no se repitan jamás. La I Guerra Mundial costó dieciséis millones de muertos –nueve millones de combatientes y siete millones de civiles- lo arrasó todo y dejó Europa y muchos otros países fuera del continente que se sumaron al conflicto sin jóvenes, en la bancarrota, con los hogares atestados de viudas y huérfanos, las calles llenas de mendigos tullidos y los hospitales siquiátricos repletos de locos irrecuperables. Sus consecuencias fueron terribles y cambiaron por completo el mundo en sus postulados sociales, económicos, culturales y políticos.
Desgraciadamente, cuando los alemanes firmaron el acta de rendición en Versalles y Clemenceau dijo aquello de “bueno, esto es el final”, uno de sus consejeros le corrigió: “No señor, esto es el principio”. Veinte años después se desencadenaba una guerra todavía peor. Aprendamos…

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