Opinión

Caraduras sin patrón

Mientras el en otro tiempo honorable Jordi Pujol no da abasto para reintegrar todas las distinciones que en su tiempo le fueron concedidas con una mano, se persona judicialmente con la otra para requerir a los bancos andorranos en los que tiene depositada parte de su fortuna. Les acusa de haber quebrado el principio de confidencialidad y haber filtrado sus datos, una actuación que parece esconder también una estrategia con la que retrasar el procedimiento o incluso invalidarlo por indefensión.
Se trata de un proceder francamente vergonzoso pero todo parece indicar que el ex presidente hace mucho tiempo que ha renunciado al compromiso ético y ahora lo que le preocupa no es la vergüenza sino salvar los muebles. Sin embargo, en esa deshonrosa actitud en la que Pujol y sus familiares se han sumergido con el objetivo cierto de que no les procesen, los hay que también debería sonrojarse públicamente en lugar de adoptar la postura del fariseo que pide a estas alturas la devolución de una medalla, la renuncia a ser hijo adoptivo o la comparecencia en el parlamento de su tierra. Un comportamiento continuado y persistente que ha durado treinta años y en el que se adivinan tantas ramificaciones y tan crudas aristas no es posible desempeñarlo sin la tácita complicidad de las instituciones y personas que ahora piden a Pujol que renuncie a los oropeles que un día le fueron concedidos. El alcalde Trías le conminó por correo a devolver la medalla de oro del ayuntamiento de Barcelona y Pujol se la ha devuelto, pero Trías forma parte de ese clan del oso cavernario que ha amparado y sigue amparando la causa de los Pujol y que sigue apelando a la persecución del catalanismo como motivo para seguir adelante con la investigación. Se trata de un subterfugio como cualquier otro y ampara una falacia más de las muchas sobre las que se ha edificado este disparate que predica el nacionalismo y que cada vez tiene menos base científica y, quizá, menos respaldo social.
Los Pujol, como otros muchos que circulan por la superficie de esta piel de toro y de cuyas andanzas se están haciendo eco todos los periódicos, son simplemente unos caraduras por encima del lugar donde han nacido o el partido en el que han militado. Que por cierto ahora le requiere el carné. Y eso que es su fundador.

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