Opinión

La balada del resistente

En esta realidad nuestra de verano muerto al llegar que nos ampara, dos personajes se manifiestan más muertos aún que el propio verano, tundidos por sus propios pecados y despedido su futuro al que ninguno de los dos está ya en condiciones de aspirar. Su poca gracia o más bien su completa desgracia, la ausencia de planificación, y probablemente la incapacidad de calibrar se han encargado de anular cualquier atisbo de progreso para el ministro de Justicia y el seleccionador nacional de baloncesto a los cuáles les ha pasado la cuenta un rosario de fallos de bulto que ambos me temo se han encargado de compartir. Ambos han trivializado su propia situación, han fiado su continuidad al designio de su hasta el momento proverbial fortuna, han calculado mal sus fuerzas y se han dado el batacazo improvisando un argumento final que les hermana y que a ambos señala. Ninguno de los dos, ni Alberto Ruiz Gallardón que se ha comido ya tres actuaciones personales en las que ha sido estrepitosamente derrotado en la pugna política y parlamentaria, ni Juan Antonio Orenga al que Francia barrió del partido, del banquillo y de la lucha por las medallas en su propio mundial, se sometieron en su momento al necesario acto de contrición y ninguno de los dos expresó su deseo de irse tras el fracaso. La presión social se ha encargado de reventar a Orenga que ya ha abandonado el cargo tras autoproclamarse eso sí para la continuidad, mostrarse con fuerzas para renovar y negar su renuncia. Se marcha porque le han convencido de que se marche si bien su partida pudo arbitrarse mucho mejor tanto por él mismo como por la federación que le manda. Gallardón ha pasado por el trago absurdo de enfrentarse a los periodistas sin aportar nada y sin explicar a estas alturas si esa ley tocada y hundida del aborto que confeccionó por sorpresa y cuando nadie se la pedía seguirá cauce parlamentario o será retirada como sospechan todos los indicios. Por el momento no se marcha pero la triste realidad para la gran esperanza liberal blanca de antaño es que el ministro está, por su mala cabeza, políticamente descabezado.

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