Opinión

Los dos ausentes

La conferencia de presidentes autonómicos se ha celebrado en Madrid con la presencia de todos los convocados salvo dos. Tanto el presidente de la autonomía vasca como el de la catalana se han borrado de la cita y se han convertido en dos ridículas excepciones desgajadas de un todo razonablemente armónico que ha acudido a esta llamada para defender sus intereses y pedir a los representantes del Gobierno central no tanto la asunción de un mayor número de competencias sino lo que ya viene siendo habitual, más dinero. Cada uno de los presentes se ha hecho fuerte en algún atributo que defina su singularidad y que se convierta en arma de presión para exigirle al Ejecutivo aumento de recursos. No digo yo que sea una posición admirable pero tampoco es incomprensible. Las autonomías han dejado de lado los planteamientos románticos que exaltaban la condición lírica y épica de la tierra y pregonan cada una de sus singularidades para  centrarse exclusivamente en el asunto económico. Contra el vicio de pedir está la virtud de no dar y Rajoy ha contestado a estas exigencias recordando a los representantes territoriales que hay que medirse porque se ingresan 20.000 millones menos que en 2007. Pero puede haber acuerdo y de hecho lo habrá con buenos resultados para todos.
Por eso es infame la ausencia de los ausentes. Con independencia de la nula educación de ambos y el lamentable uso que los dos están haciendo del legado popular que les obliga a defender los intereses de sus administrados en los foros en los que sea necesario hacerlo, la decisión de ambos esconde un saco de mentiras, chantajes, desprecios y otros muchos y execrables vicios. Ambos, Urkullu y Puijdemont, han adoptado similar postura aunque las raíces de ambas sean diferentes.
Urkullu hace mucho que renunció a la defensa de la singularidad vasca y la necesidad de independencia para centrar todos sus esfuerzos en atracar las arcas del Estado y defender la injusticia de su ancestral e inadmisible régimen fiscal heredado y nunca corregido. Gracias a esta inmerecida situación de privilegio, los habitantes del País Vasco viven mejor y pagan menos impuestos. En cuanto a Puijdemont, el asunto es peor aún y consiste en despreciar todo lo que no sea bilateralidad. El muy besugo se figura jefe de Estado. Ambos juegan con una ventaja y es que aunque sus sillas estén vacías, los vascos y los catalanes tienen representación. La que les concede graciosamente  y por él mismo el gran padre Estado.

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