Opinión

El artista moderno

Para celebrar con máxima propiedad la gesta del Fútbol Club Barcelona que debería valerle también un pavo por Navidad al servicial colegiado alemán que pitó el partido, he tomado tempranito el camino de la Castellana para visitar  la formidable muestra que se exhibe en Caixaforum dedicada al pintor Ramón Casas, el pincel más trascendente de aquella fascinante Barcelona finisecular vanguardista y creativa, de una intensidad intelectual arrolladora y de un equilibrio social siempre al límite, que otro barcelonés universal como Eduardo Mendoza ha inmortalizado en novelas tan apasionantes como “La verdad sobre el caso Savolta” o “La ciudad de los prodigios”. Aquella Barcelona que Casas trasladó a sus lienzos, unas veces amable, mediterránea, galante y casquivana, las menos enlutada por la sangre y la tragedia, pródiga en artistas de vanguardia, mujeres hermosas, poderosa e inflexible burguesía y anarquismo de bomba y butifarra al doblar cada esquina, representa quizá el periodo más sobresaliente y trascendental de la capital de Cataluña cuando se preparaba para vivir, y en muchos casos encabezar, los cambios más profundos que demandaba el paso al nuevo y controvertido siglo siguiente.
He visto un centenar largo de telas de un valor extraordinario ante las que uno no tiene otro remedio que entregarse cautivo y subyugado por el genuino encanto de un artista burgués, catalán de manual, hijo del poderío económico y de las bondades de una familia con posibles, que viajó a París para abrirse de mente en la ciudad de la luz y meca de los artistas de la época  con tan solo quince años y ya académicamente formado y listo para absorber frenéticamente y con la ansiedad de novel ilustrado y dispuesto, los protocolos de una plástica nueva que predicaban entonces y a golpe mismo de divina desfachatez tipos ensimismados en la ruptura con lo viejo y que se llamaban Zorn, Juan Gris o Pablo Ruiz Picasso, por ejemplo.
Por fortuna, Casas no fue un tipo dispuesto a encasillarse en el monotema ni pugnó por hacer apología de nada así que también pintó a Baroja, al mantón de Manila, a los toros y al flamenco. Adinerado y triunfante, adorado por una jerarquía empresarial y financiera que defendía a partes iguales la pela y el progreso, Casas merece bien la pena. En Madrid también se le adora, faltaría más…

Te puede interesar