Opinión

Penicilina constitucional

Ahora que parte de los políticos españoles quiere cambiar la Constitución, y algunos crear otra entre comunista y bolivariana, deberíamos recordar que para nosotros es como la penicilina, que cambió la historia de la humanidad al salvar cientos de millones de vidas desde su descubrimiento por Alexander Fleming en 1928.
 Infinidad de tribus antiguas utilizaban como cura los mohos de alimentos fermentados, pero, al no estar investigados y aislados, su aplicación era labor de brujos, como brujos de la democracia, ante una moderna, eran los griegos antiguos.
Cuando se descubrió la bioquímica de la penicilina cambió este mundo en el que las familias llegaban a tener una docena de hijos de los que moría más de la mitad de tuberculosis, otros males contagiosos y epidemias.
 La Constitución de 1978 fue la penicilina de España, un país enfermo, además de físico, moral, heredero de una dictadura, de dos Españas tras una guerra civil y de una historia trágica, imperio pero opresivo por su carácter medieval e inquisitorial y sus sangrientas luchas religiosas, territoriales y regionales.
¿Qué fueron, si no, los siglos XVI al XX, con cortas excepciones, hasta la redacción de la Constitución que hizo a todos iguales, con igual justicia, derechos y deberes, aunque errónea con el País Vasco y Navarra?
La penicilina de Fleming fue perdiendo eficacia conforme los males creaban resistencias, pero la ciencia enmendaba esa deficiencia con nuevos derivados, como hizo la Constitución dos veces, o la estadounidense, que desde 1787 sufrió 27 enmiendas y sigue joven como el primer día.
España tiene su antibiótico, Constitución, y nadie debe permitir que lo cambien por bálsamos como, ejemplo, los del bravucón Fierabrás podemita y de los nacionalistas, que nos devolverían a la miseria, las guerras carlistas y a ideologías sádicas.

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