Opinión

Odio independentista

El odio de los independentistas a la democracia española quedó sublimado en el ya famoso tuit de Rosa María Miras a la dirigente catalana de Ciudadanos, Inés Arrimadas, en el que entre groseros insultos deseaba someterla a una violación colectiva.
En otro tuit venenoso ultrajaba a los políticos no independentistas con igual odio a los derechos humanos y a las tendencias sexuales, y aunque los políticos de distintas ideologías le afearon los mensajes, en los medios catalanes recibió, como patriota, innumerables apoyos.
 “Mejor que además le destrocen la cara a esa niña bonita y franquista”, decía otra nacionalista, quizás tan poco atractiva como Miras, nacida cuatro años después de morir Franco, durante la admirable Transición.
 Ese odio tan generalizado y ese deseo de la violación masiva que practica el Califato de DAESH emparenta el independentismo con el yihadismo.
 Para estos fanáticos el no nacionalista es el infiel, el apóstata, el enemigo de Alá, que rechaza la religión verdadera, la única patria catalana; que a la vista del totalitarismo del Parlamento barcelonés está más un sectario régimen islamista que una democracia.
 Gente mediocre y amargada que come en un pesebre maloliente moral y físico –Anna Gabriel y Puigdemont de pelo grasiento, uñas negras, oliéndose los sobacos—, que acusa al resto de España de sucio país franquista.
 La definición de España como “franquista” que usan independentistas y ultraizquierda –como un diputada de Podemos, el verdadero Podemos, retirando banderas españolas en el Parlamento catalán—choca enormemente con la realidad.
 Enorgullézcase usted: España es una de las únicas 19 democracias plenas del mundo, por delante de la estadounidense, francesa, italiana o japonesa, por ejemplo, como verá si consulta en Google “Índice de democracia”, la clasificación elaborada por la prestigiosa Unidad de Inteligencia de The Economist.

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