Opinión

Que no entre el demonio

Se acerca a los cincuenta y esta mujer muestra en su porte, en el cuidado de su persona, en sus formas educadas y en la riqueza de su vocabulario de dulce acento centroamericano que tuvo una vida confortable antes de ser limpiadora itinerante de pisos, a 9,95 euros la hora, seguros incluidos.
 Trabaja para una empresa que envía a personas diferentes cada vez que se le demandan y esta era la primera vez que venía a nuestra casa a esta señora venezolana, que mostraba natural, inconscientemente, una antigua distinción.
 Inspiraba curiosidad y le preguntamos por su vida y su país. Era farmacéutica, universitaria, tenía empleados, y no se había preparado, digámoslo en la clasista expresión española, “para servir”: tenía quienes le hacían ese trabajo mientras atendía su céntrica botica caraqueña.
 Recibió a Hugo Chávez y su presidencia de 1999 con una mezcla de curiosidad y aprensión, pero no con hostilidad: el antiguo militar juraba que eliminaría la corrupción del país y repartiría bienestar.
 Pero enseguida todo fue a peor, con más corrupción, con el país empobreciéndose y, asegura, haciéndose irremisiblemente un narcoestado.  Entes fallecer Chávez en 2013 su farmacia recibía ya pocos medicamentos, antes abundantes. Con Nicolás Maduro las estanterías se vaciaron: no quedaban proveedores o laboratorios. Sólo hay medicinas para los jerarcas. El pueblo muere desatentido.
 Unos amigos que habían huido antes le pagaron a ella y su familia el pasaje a España, donde todos, incluida una hija médico, limpian casas de momento.
 Con el terror de Don Juan Manuel de Montenegro ante el sepulcro abierto para él rogó: “Que no entre el Demonio en ustedes. El Demonio que cobró de Chávez y Maduro para devastar Venezuela”.
 Lenin, Stalin, Mao, Fidel, Chávez-Maduro… Ella ve aquí, asentándose, al Demonio.

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