Opinión

Nacionalismo cleptómano

Jordi Pujol es el padre de la Cataluña moderna y del sentimiento identitario que, tras su obsesivo cultivo, ve al resto de los españoles como seres rústicos, vagos y ladrones.
Mientras establecía esa imagen que hacía superiores a los nacionalistas, él, su familia y numerosos líderes catalanistas, entre los que también está como sospechoso Artur Mas, robaban afanosamente los dineros públicos.
Era el tres por ciento de comisión en toda obra pública que denunció Pasqual Maragall, que a veces llegaba al veinte, aunque cuando él presidió la Generalidad los suyos se afanaron en recibir lo mismo.
Numerosos políticos catalanes, exhibicionistas de la bandera cuatribarrada, y ahora de la añadida estrella nacional-independentista, arramplaban con todo y se llevaban el dinero a los paraísos fiscales mientras gritaban “Espanya ens roba”.
Sabido lo anterior, recibamos nuevamente una gran lección sobre las administraciones públicas: la cercana, en este caso el gobierno regional, no siempre es mejor para los ciudadanos.
Genera endogamia entre familiares, amigos y conmilitones, y si no se somete a controles exhaustivos independientes, forasteros, roba más que el centralismo, cuyos funcionarios proceden de todas partes y carecen inicialmente de obligaciones vecinales.
El sistema centralista francés, por ejemplo, impone cambios de destinos constantes y distantes en los funcionarios públicos que deben vigilar la buena administración, de manera que los fijos sepan que siempre están examinados por desconocidos.
Pero los nacionalistas autonómicos exigen una justicia y una hacienda propias, y explotan el idioma local alegando patriotismo para rechazar a los foráneos; así podrán robar sabiendo que nadie los investigará.
Si Jordi Pujol ha confesado parcialmente sus pillerías –habrá muchas más-- es porque la policía nacional y aduanas, que son organismos estatales, le siguieron la pista, mientras que los mossos d’esquadra se tapaban ojos y oídos.

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