Opinión

Muerto en combate

Mariano Rajoy llegó a primer ministro entrando 2012 para sacar a España del marasmo en el que la dejó José Luis Rodríguez Zapatero, que había sido incapaz de entender la crisis financiera internacional, asustado por el 15M de Podemos, con 1.500 parados nuevos cada día, y bajo el desafío nacionalista catalán alimentado por el mismo Zapatero con su Estatuto de semiindependencia.
 No han pasado ni ocho años cuando otro socialista ha matado a Rajoy políticamente ayudado por 22 partidos y minipartidos comunistas, populistas y separatistas, con la traición del PNV, al que alababa por su sentido de Estado, pero que acaba de firmar con otro de los apoyos de Pedro Sánchez, Bildu, heredero de Batasuna y ETA, un proyecto de soberanía y expansionismo para el llamado territorio de Euskal Herria
Lo mismo que Zapatero se fió de los socialistas y nacionalistas catalanes impulsando un estatuto que creaba una justicia distinta a la española –rechazada por el Constitucional--, Rajoy creyó que compraba a los nacionalistas vascos con dinero y prebendas, ignorando que son como el escorpión que se excusa tras picar a la rana que le salva la vida en un río: “Es mi naturaleza”.
En esta España, que en lugar de perder 1.500 trabajadores diarios crea esos puestos de trabajo, Rajoy deja crecido el problema de los nacionalismos supremacistas, xenófobos culturales y racistas.
 Con el peligro de extenderse por Valencia, Baleares, Galicia y, asómbrese, por Asturias, que difícilmente podrá contener un primer ministro que se apoya en estas ideologías a las que hasta la semana pasada decía que eran peores que Le Pen.
 Mariano Rajoy ha muerto en combate, pero como como ya está en la Santa Compaña gallega, todavía rondará para darle sustos de infarto a quien lo mató.

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