Opinión

Los que saben y los que no

Las personas mayores -o sea yo por ejemplo- tenemos un sentido muy distinto de la izquierda que el que tiene la gente joven lo cuál no es nada sorprendente. Pero las continuas apariciones de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias expresando en varios espacios radiofónicos y televisivos su por qué de las cosas me lleva a pensar que probablemente el pensamiento que los más viejos tenemos de la izquierda es o al menos así me lo parece a mí, más riguroso. Desgraciadamente para los que ejercemos de receptor de sus mensajes, lo que nos llega es una mezcolanza de conceptos a menudo caótica que se extravía en lo superfluo y se deja en el tintero lo primordial. La nueva izquierda  ya no se planea la lucha de clases y analiza las coordinadas políticas y sociales sin la menor carga intelectual despreciando los referentes históricos. Por eso y porque no han vivido en absoluto tiempos de dolor y oscuridad en los que las cosas se ponían prietas, sus ahora responsables trivializan y tergiversan aplicando un mensaje tan impreciso y pequeño que está comenzando a hastiar a la gente. No se comprende como Podemos se ha metido en un tinglado como el nacionalismo catalán haciéndole la ola a una derecha emboscada que en realidad los mira con  asco. Pero menos se entiende en Pedro Sánchez, enroscado en una auténtica tela de araña de conceptos contrapuestos y solapados que han convertido su discurso en un permanente y caótico saco sin fondo en el que tiene cabida cualquier cosa y la contraria. 


Claro que la debilidad de conceptos afecta también a líderes más veteranos. Hace algún tiempo me sorprendió escuchar a un convencido republicano como Cayo Lara disertar sobre el general Pavía y su entrada en el Congreso a caballo para disolver las Cortes de la I República. Si Lara hubiera tenido el cuidado previo de revisar la Historia sabría que Manuel Pavía era un militar profundamente republicano aunque unitario, y que jamás se movió de su despacho en capitanía  aquella noche. Mandó a su tropa al Hemiciclo para socorrer a su amigo Castelar, tercer presidente de la República con la intención de que siguiera en el cargo, y no solo no entró en las Cortes a lomos de un caballo sino que ni siquiera las pisó. Se limitó a disolver la sesión, citar a los portavoces al día siguiente temprano y una vez en marcha la reunión dio los buenos días y los dejó solos. Los reunidos le entregaron la República al general Serrano. Pero de eso, Cayo Lara no tenía ni la más remota idea. Pues cosa de estudiárselo…
 

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