Opinión

Felipe-Albert; González-Rivera

Parece que volvemos a 1982, cuando un año y medio después del golpe de Estado de Tejero llegaba al poder Felipe González, de 40 años, un abogado inteligente y gran orador que ya había conseguido que el PSOE rechazara el marxismo, y a quien hasta Ronald Reagan vio como un renovador de la política española y europea.
 Adolfo Suárez se había hundido con los restos de la que fuera poderosa UCD, y Alianza Popular, hoy PP, no levantaba cabeza.
González le dio una vuelta al país con grandes aciertos y también errores, lo integró en Europa, facilitó el progreso económico y se mantuvo hasta 1996, cuando lo derrotó la corrupción anidada en sus alrededores.
Los sondeos previos a las elecciones del 82 que anunciaban su triunfo parecen calcarse en las tendencias que le atribuyen el triunfo al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, un partido joven que bajo su impulso cambió la socialdemocracia por el liberalismo.
Es también un abogado inteligente y gran orador, de 38 años, que tenía menos de cuatro cuando se produjeron el golpe de Tejero y el triunfo de González.
Posee también el atractivo físico – y muchos de sus cuadros de ambos sexos— que con González hacía que muchas chicas, como broma bienhumorada, le gritaran “¡Felipe, capullo, quiero un hijo tuyo!”
El PP comienza a recordar a la UCD, tan desorientada ante los militares de entonces como Rajoy con los golpistas de Estado de la Generalidad y el Parlamento catalanes.
En una entrevista este domingo Felipe dio una lección de sabiduría política que desconcertó al malintencionado “Follonero” que quería forzarlo ingenuamente a pronunciar algo favorable a los separatistas. “Constitución y Estatuto” sentenció Felipe.
 Si el cronista fuera Rivera le pediría que aceptara ser su ministro de Asuntos Exteriores.

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