Opinión

El bugatti del futbolista

Después de llegar a España en una patera, el marroquí Mohamed El Haddadi Arbrqui tuvo un hijo en Madrid hace 19 años al que llamó Munir y del que dicen que será el nuevo Messi de su club, el Barcelona.
Si consigue ser como la estrella argentina llegará el día en el que podrá comprarse un Bugatti Veyron, que cuesta 1,25 millones de euros.
Es lo que debió pagar Karim Benzema, de 27 años, francés del Real Madrid nieto de paupérrimos inmigrantes argelinos, quien, tras recuperar el carné de conducir que perdió hace unos meses por imprudencia, acaba de aparecer con ese vehículo de la legendaria marca francesa, hoy de propiedad alemana.
Enseguida algunos periodistas famosos cargados de rabia reaccionaron llamándole exhibicionista y hortera, aunque la raíz de sus críticas estaba en la envidia, esa malevolencia creadora de un odio que, enconado, produce asesinos.
Sí. Los futbolistas son nuevos ricos, y algunos horteras, pero se han ganado sus Bugatti y las grandes mansiones vendiendo sus habilidades a precio de mercado.
El fútbol, además, es un deporte democrático, pues hace ricos a los más pobres, y no exige condiciones físicas impresionantes como otros deportes.
Por ejemplo, Maradona nació en la pobreza y es un tipo pequeñajo, iracundo, soberbio y con tendencia a caer en vicios insanos, pero los expertos dicen que fue el mejor jugador de la historia.
Un científico que descubra la curación del cáncer es más útil que todos los futbolistas juntos, pero hay aficionados en países donde deben pagar la medicación para ese mal que la abandonan para darle al jugador su dinero en una entrada, y quien se gasta así la comida de la familia.
Si algún día Munir se compra un Bugatti, se lo habrá merecido.

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