Opinión

La vileza no tiene límites

Cuentan de un sabio que un día/ tan pobre y mísero estaba/ que solo se alimentaba/ de unas hierbas que cogía./ ¿Habrá otro, entre sí decía, más pobre y triste que yo?/ Y cuando el rostro volvió halló la respuesta viendo/ que otro sabio iba cogiendo/ las hierbas que él arrojó”. Permítame, dilecta leyente, la licencia de servirme de este conocido fragmento de  La vida es sueño, de Calderón, como introducción para este melancólico artículo.
Pues dilecta, la supongo enterada del caso de ese mafioso clan coruñés, que intentaba explotar a un mendigo, obligándole, a base de palizas, a pagar un impuesto revolucionario por permitirle “trabajar” a las puertas de un supermercado. Dada la cantidad exigida, nada menos que 1.200 eurazos, es de suponer que el jergón donde dormía a la intemperie el “autónomo” debía ser de esos de esos viscoelásticos “de tacto suave, mullido y acogedor”.
Es uno de esos hechos en donde uno comprueba hasta donde puede llegar el grado de perversión en el mundo de la submarginación, y que padecen los más vulnerables, especialmente mendigos y vagabundos con algún grado de deficiencia mental; cuando debían ser los más protegidos. Sin embargo, cuando no son unos evanescentes chiquilicuatres puestos hasta el culo de litrona que deciden divertirse a costa de estos seres indefensos, son otros miserables quienes los amenazan y coaccionan para sacarles los cuatro cuartos que consiguen de almas caritativas, que no saben a donde va a parar su dinero, y que a veces sirve para evitarle al pedigüeño una zurra por no llegar al “hogar” con las manos vacías. A lo mejor habría que ir pensando en crear un grupo especial dentro de la bofia, ahora que se exige estar cualificado para todo.
Ya hace tiempo que se sabe de la existencia de estas mafias que viven a costa de los indigentes, repartiéndolos por las esquinas y oprimiéndoles y exprimiéndoles. Como la explotación de la mendicidad infantil está perseguida, ahora a quienes exponen en el escaparate de la vía pública es a las abuelas y a los lisiados, ¡cuanta más lástima den mejor! Se investigó en su día si ciertos enfermos mentales eran secuestrados en Portugal para traerlos a nuestro país con tales fines “comerciales”.
A la explotación sexual de las mujeres y laboral de los sin papeles, hay que prestar también atención a esta lacra social que abusa del más desfavorecido en la escala de la exclusión social, sufriendo indefensos la ley de la calle. Una especie de ley de la selva, reconvertida en ley del asfalto, donde el enfermo y el débil son despedazados por los voraces depredadores. Sólo que los animales salvajes tienen la justificación de que matan para comer y al acabar con sus víctimas contribuyen al equilibrio de la naturaleza. Claro que también por estos pagos un tal Malthus “recomendaba” las guerras como solución para el exceso demográfico.
Nosotros nos definimos como animales racionales, pero muchas veces se nos encrespan las neuronas y utilizamos la inteligencia para jeringar a nuestro prójimo y, a diferencia del líder de la manada, que cumpliendo un ritual natural se erige como tal para proteger y servir a su especie, nuestros adalides políticos, que deberían buscar el bien de la peña, a veces, utilizan su liderazgo para satisfacer su ego y de paso llenarse la faltriquera (y ahí lo dejo).
Como alguien dijo: “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. Perdone mi patetismo de alcantarillado, pero es que me fui de farra con los “gorrillas” y la cogí llorona.
 

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