Opinión

El título no garantiza el éxito

Le preguntaron a un multimillonario analfabeto, si alguna vez había pensado a dónde habría llegado si además hubiese tenido estudios, a lo que aquel con total espontaneidad le contestó que: monaguillo de su pueblo; explicando que había sido la frustración por no haber podido serlo, lo que le había determinado a hacer otras cosas. De estos personajes se dice que se han hecho a sí mismos, aunque carezcan de cultura pueden ser inteligentes, hábiles, creativos, emprendedores, o bien es que aprenden fácilmente. Claro que a otros de los que presumen de ello, se les podía espetar: “Pues ya podrías haberte hecho mejor, imbécil”.
Viene esto a cuento de ver como gente semianalfabeta triunfa en los negocios, y como cuando deja la responsabilidad en manos de sus hijos universitarios éstos hunden la empresa. Y es que el título no garantiza el éxito, si no va acompañado de otras cualidades. Entre ellas la vocación,  la constancia y el sacrificio. Como suele decirse, el hábito no hace al monje
Sin embargo, si junto a la vocación por el trabajo, unes la titulación adecuada, las cosas irán mejor. Pero si a pesar de los estudios, pongamos de arquitecto, un peón de albañil lo hace mejor que tú, o el título te lo han regalado o es que el programa de la facultad no sirve.  Así que tira a la cara del rector el diploma y humildemente aprende del que sabe.
Las empresas se quejan de que los universitarios no están preparados para entrar en el mercado laboral. Los abogados lo primero que le dicen a los licenciados que entran a trabajar en sus despachos es que se olviden de lo que han estudiado, y hasta hay quien dice que la universidad es una fábrica de parados. Los rectores se defienden contestando que la universidad tiene una función más excelsa, como es impartir cultura, formar intelectuales, transmitir valores y no sólo de crear mano de obra, cualquiera que sea la importancia del puesto laboral.
Y es que el título tiene que servir para ser un buen profesional, para colocarte en una posición de superior conocimiento sobre los otros, pero también para actuar con corrección en todos los órdenes de la vida.
Siempre ha existido gente que ha ejercido de médico, sin serlo; de periodista, sin serlo; de general, por llevar un falso uniforme; famosillos  contratados por los propietarios de los medios de comunicación con preferencia a los profesionales del medio y tipos que han inflado los currículos; y al parecer no lo han hecho tan mal. Como hay gente que conduce sin carné, enmudeciendo, sin embargo, al mítico Fittipaldi. Del mismo modo que hay mucha gente que confía más en los curanderos y adivinadores, que en profesionales y científicos. 
Otra cosa es cuando se trata de cargos públicos en que se juega con el dinero o la seguridad del pueblo, en cuyo caso como decía Cervantes por boca de Don Quijote: “Para gobernar ínsulas por lo menos hay que saber Gramática” Desoyendo este sabio consejo, Corcuera fue ministro de Interior, Roldán casi llega a serlo  y José Blanco lo fue de Fomento. Siendo esto así, muchos se preguntan para qué estudiar. Sin embargo, la explicación la tenemos en los resultados: Los dos primeros fueron torpes e intrépidos bribones, y terminaron en el talego, y “Pepiño” se salvó por los pelos.
A todo esto, ¿quién me habrá mandado meterme en semejante berenjenal? Tal vez el comprobar que se puede llegar a ministro sin estudios y a barrendero siendo doctor en leyes con “nosecuantos” másteres. Algunos, confundiendo el culo con las témporas, dicen que en ello reside la esencia de la democracia. Así nos va.

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