Opinión

Réquiem por un mafioso

Pues, dilecta leyente, la vida de la mayor parte de los capos de la mafia dista mucho del lujo y lujuria que nos quieren hacer ver en algunas películas. Valga como ejemplo el caso de Bernardo Provenzano, alias “Tío Bernardo”, que se convirtió en jefe absoluto de la Cosa Nostra siciliana tras la detención de su amigo Salvatore “Totó” Riina. Organización que dirigió con mano de hierro y cuyo imperio del terror causó centenares de muertes en su guerra contra el Estado italiano en el que se incluía la magistratura, contando entre sus víctimas a los jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Vamos a los que más le molestaban en sus “negocios”, sin descartar a sus rivales y chivatos.
Bueno, pues el todopoderoso Provenzano pasó la mayor parte de su vida delictiva como discreto prófugo de la Justicia, escondido en un inmundo zulo (no en vano la Camorra es experta en subterráneos para ocultación y fugas), desde donde impartía las órdenes escritas en trozos de papel. Con tal miedo a ser descubierto que sólo los de su círculo más cercano conocían su escondite y su rostro, pues se ve que cada vez se debía parecer más a un topo.
Si su vida personal, en tales condiciones, era poco digna de envidia, su muerte fue todo un calvario. Tras ser delatado, ingresó en la trena, desde donde tuvo que ser trasladado a un hospital milanés en estado prácticamente vegetativo, con una grave infección popular y un cáncer de vejiga, enfermedades posiblemente contraídas de su estancia en el agujero que se había construido. Tras 10 años de terribles sufrimientos, hecho ya un guiñapo humano, el terror de Sicilia ha muerto. ¡Réquien por un mafioso! Ahora disfrutará de un suntuoso mausoleo.
Si hubiera que hacer una clasificación de malotes, Provenzano a diferencia de Riina era más partidario de la negoción que de la balacera  y la dinamita, igual pasaba con el mejicano Chapo Guzmán y el colombiano Pablo Escobar.
Una de las características de los mafiosos es su desconfianza hacia todo y hacia todos. Aún así es imposible no cometer fallos, pues más de uno ha sido asesinado, por uno de los suyos, con deseos de ascender en el escalafón, cuando sedado, se sometía a la cirugía plástica para burlar a la Justicia.
El peligro acecha cuando no se cambian los hábitos: el mismo barbiere, el mismo ristorante, los mismos horarios, los mismos itinerarios. Y es que: “Nunca falta un Eliot Ness para un Al Capone”, ni un garganta profunda con espíritu de barítono, y pocos siguen los consejos de Vito Corleone.
Al final terminan buscando refugio cerca de la “famiglia”. ¡Ay la mamma! Así cayeron  Salvatore y el Chapo, entre otros.
 

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