Opinión

Recuerdos de infancia

Pues, dilecta leyente, en estos tiempos de la Pasión, y con un tiempo adverso, uno se vuelve un tanto agonías y rememora una parte de su infancia, ya bastante lejana, como una especie de reflexión prostática a la par que iconoclasta, en la que con candidez asistíamos a las procesiones como devotos iconodúlicos
 Vengo a este perro mundo en Las Palmas, en plena canícula del verano, y mi comadrón es un capitán del Ejército. Con 4 años aparezco en Vigo, y mi primer domicilio es en el barrio de El Pino (también llamado Los Llorones) luego se llamó Luciano Conde. Mi casa estaba en la calle del Rosario y mi parroquia era la Iglesia de Fátima, que se renovó, tal como es hoy, gracias al párroco, Don José. Mis amigos eran Melín, Donato, Julián, Minchas, Tino, Sito, Isaías, Chicho, Lolo… Entro a estudiar en la escuela de Doña Isaura, como todos los del distrito. Una mujer entrañable y a la que le debíamos un homenaje.
Mi barrio era bastante conflictivo, las peleas internas y retos a los de otros barrios eran frecuentes y había dos bandas: La de Yayi (la de los “buenos”) y la del Portugués (la de los “malos”). Yo pertenecía a la de Yayi. Nuestras armas eran los tirachinas, las espadas con filo metálico y los arcos, cuyas flechas hacíamos con ballestas de paraguas. En mi ceja derecha conservo la cicatriz de una pedrada y el recuerdo de una flecha clavada en un peldaño de la escalera de madera, a escasos milímetros de mi pierna. Teníamos nuestra cabaña en una gran finca con arboleda, descuidada  y sin vigilancia, a la que llamábamos “El Bosque”. Nuestro himno: “Somos el terror del Pino, que venimos a pelear y a las muchachas bonitas las queremos conquistar”. Y aprendo a sobrevivir entre aquella jauría humana. Recuerdo el paso habitual del afilador y paragüero y al “Sacauntos”. Este último debía ser pariente de Manuel Romasanta (El hombre-lobo gallego), con el que nos amenazaban nuestras madres. También retengo en la memoria la escena de un funcionario del Ayuntamiento que cuando se emborrachaba (que solía ser las más de las veces) se paraba a la altura de nuestra casa y brazo en alto entonaba el “Cara al sol”.  (Mi padre era Comisario de Policía).
Me matriculan en Los Maristas, un buen colegio y unos buenos “Hermanos” y no entiendo a los que ahora reniegan de ellos. Coincido con chavales que llegaron a ser prohombres de esta ciudad. Tengo fotos de las excursiones que hacíamos, pero sin su autorización no me atrevo a publicarlas. El tonto del barrio (todos los barrios tenían su tonto particular, que, a los mejor, no lo era tanto) era un tal “Manuel”, que imitaba muy bien el grito de Tarzán, en la selva. El fútbol era nuestra pasión y a ella nos dedicábamos con ahínco.  “El “Bosque” daba para todo.
Asaltábamos la bodega de la clínica ginecológica del Dr. Guitián y nos divertíamos espiando a las embarazadas que tomaban el sol con la barriga al aire. Y veíamos embobados el paso de las enfermeras del Sanatorio de Fátima del Dr. Don Segundo.
En aquel tiempo triunfaban en el circo los hermanos Tonetti y en la radio José Iglesias  “El Zorro” (“para mayores y pequeñitos”). También cantaban Enrique y Ana, y en el cine una niña llamada Marisol nos recordaba lo felices que éramos. Ahora los “malos” se han rehabilitado y van de costaleros en las procesiones, y los “buenos” cantamos saetas en arameo; por lo demás, todo es buen rollito.

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