Opinión

Ortografía y gastrosexología

Pues, dilecta leyente, el mundo cambiante y a veces revolucionario de la moda también ha llegado a la ortografía; hoy se pretende cambiar el estilo clásico de Balenciaga por el rompedor de David Delfín y la oratoria de Castelar por la de “La Esteban”.
La pregunta es: ¿Se puede vivir en un mundo sin comas, acentos ni puntos?, como pretende el profesor John McWhorter, de la Universidad de Columbia, quien llega a decir que los idiomas pueden funcionar perfectamente bien, sin “guardias de tráfico” (no se sabe si quiere ofender a los “pitufos” o a los miembros de la Real Academia), y para justificar su estrambótica tesis nos retrotrae a la época de los romanos, en donde a pesar de no emplear dichos signos “no les fue nada mal”. ¡Si Aristófanes levantara la cabeza…!
Un viejo periodista me advirtió, ya hace tiempo, que la tendencia actual era la de limitar el uso de las comas. Por mi parte, quizás aún bajo la influencia de nuestros clásicos, peco en exceso del uso de las mismas (y no siempre bien puestas); sin embargo, bien aplicadas permiten dar sentido, matizar y modular cualquier texto.
Ya otro anarquista cultural, como el colombiano García Márquez, premio nobel de Literatura, propuso suprimir la diferencia entre la v y la b, y hasta la última normativa para el gallego da libertad para el uso o no de los signos de interrogación y exclamación de apertura, quizás para marcar diferencias con lo que fue un viejo invento español.
Todos estos ataques a nuestra lengua, donde ya en el siglo XVII estaban vigentes estas reglas gramaticales, coinciden con la desidia general hacia la educación y la cultura. Como señala Pablo Jaulalde, catedrático de Literatura Española de la Universidad Autónona de Madrid, “en general se puntúa muy mal, porque la enseñanza en este aspecto no suele darse” y se pregunta cómo puede recriminarse por ello a los alumnos, cuando los mismos profesores, decanos y rectores lo hacen rematadamente mal. A todo ello colaboran las nuevas tecnologías de la comunicación, como los móviles, que obligan a la concisión y al genocidio de los acentos.
Respecto al lenguaje oral, ¿qué hubiera sido de Don Juan Tenorio, “monstruo de liviandad”  sin una buena oratoria, una buena entonación y una poesía ardiente? Bueno… y sin la colaboración de Brígida, la beata comprada del convento, la alcahueta Lucía y la cooperación necesaria de Ciuti, su criado de confianza. Lo mismo se podría decir de Calisto, sin las habilidades dialécticas de la vieja prostituta Celestina, pero también de sus conjuros y pócimas.
Hoy, hemos inventado la gastrosexología, no sólo para seducir novias, sino a cualquier dama renuente”: una mezcla de guindilla y chocolate. Le prometo escribir de ello.

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