Opinión

¡No me pokemondas!

Pues sí, dilecta leyente, el videojuego del Pokémon Go se ha impuesto con la fuerza de un ciclón, con riesgo de convertirse en pandemia, en esta pacata sociedad que nos ha tocado vivir. Hasta ahora los usuarios venían siendo niños y jóvenes desde los siete a los treinta y tantos, pero pronto se implicarán los abuelos, si quieren estar al loro con sus nietos. Todos en familia a la busca y captura de los Pokémon de su ciudad, que son monstruos virtuales que pueden tener la “parada” en bosques, ríos, edificios públicos de su entorno, etc., y a los que hay que atrapar con ayuda de unas bolas rojas y blancas. Esa es la finalidad del juego: capturar el Pokémon cuya imagen virtual aparece en la cámara del teléfono móvil, que a través del GPS indica su ubicación en el mundo real, utilizando Poké Ball, (las bolas virtuales, citadas) hasta completar una colección, sirviendo también de preparación para ganar batallas frente a otros.
El invento tiene la virtud de sacar de casa al antiguo anacoreta (típico ned) y el defecto del riesgo de estar permanente pendiente del móvil mientras se pulula por la vía pública, convertido en aventurero, al estilo de Harrison Ford a la localización del escurridizo Grial. Se pretende convertir así en un factor de interacción social.
Y así mientras unos hacen el chorras (al jueguecito le ha salido una versión que lo parodia en Youtube, Woqui Toqui),  pegados al móvil buscando en el metro, el autobús, etc., con cara que roza el patetismo, a los monstruos de la saga, los inventores del juego se forran y todos los aguiluchos de los negocios tratan de sacar provecho. Así, aunque la descarga es gratuita, desde su lanzamiento se ha incrementado fuertemente el valor en bolsa de las acciones de Nintendo. Por otra parte dueños de negocios se agolpan a las puertas de la citada empresa para preguntar de qué manera se pueden registrar para convertirse en Pokéstop (donde se esconde el Pokémon) o Pokémon Gym (donde los jugadores entrenan a sus Pokémon y en donde compiten otros equipos).  A ello hay que añadir los accesorios que acompañan a la caza, entre ellos una pulsera, nada barata, que avisa de Pokémon cercanos. A la vista del éxito, ya hay quien está pensando en una versión pornográfica. (“a cabeciña non para”)
Esta obsesión por la caza del Pokémon, ya está teniendo consecuencias negativas: caídas, atropellos  e invasión de la propiedad privada. En este último caso, con consecuencias mortales por parte de la defensa de la vivienda, que no entiende de Pokémon.
Cierto que el juego pretende tener su parte cultural a través de la Poképarada o pokéstop que permiten conocer museos, monumentos así como lugares históricos, mientras buscas al monstruito de turno. Lo que estaría bueno es que, la caza se dirigiera a la localización de delincuentes en busca y captura o sencillamente personas desaparecidos. Así el juego tendría el aliciente de una recompensa social; o animales en extinción, como la babosa dromedario. (Incluso la búsqueda de un presidente de Gobierno en alguna poképarada)
En fin, habría que tener más imaginación y dejar de copiar a los japoneses que son otra cultura más militarista y buscarle al jueguecito una función más social.
 

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