Opinión

Morones ¿o morrones?

Pues, dilecta leyente, dada la aparente impunidad con que ha venido actuando el clan de los Morones (quizá algún día se sabrá quién o quiénes los han estado protegiendo), recurriendo unas veces al victimismo y otras a la intimidación, en vez de Morones habría que llamarles morrones, por el “morro” que le echan. Lo del victimismo “por ser gitano” ya no les vale en la extorsión a otros calés, de distinto “rai” y Comunidad, de que se les acusa.
Ahora, la Guardia Civil ha llevado a cabo el asalto al “fuerte” de los Morones, ese complejo de chalés protegido con los más sofisticados medios de vigilancia y protección en donde se parapetaban los miembros de la familia y sus colaboradores más próximos para estar a cubierto de ojos y oídos ajenos, y han encontrado de todo. Vamos que parecía aquello la cueva de Alí Babá o, en acepción más moderna, la jaima del sultán de Brunei…, por su fastuosidad.
Entre los detenidos que se llevó la Benemérita había varias mujeres, una de ella la matriarca, que en esta etnia juega un importante papel, como inductora al delito, encubridora, organizadora de bullas externas y mantener fuertemente unidos los lazos familiares, acallando cualquier atisbo de rebelión de las otras mujeres que, si las cosas se ponen mal, se autoinculpan para que los hombres puedan seguir con la faena, con tal de que el negocio no decaiga. A diferencia de la mafia tradicional, aquí estos personajes femeninos no permanecen al margen de la actividad delictiva, ni se les puede aplicar el 122 por desconocer el origen de la guita. 
Los miembros de la banda tienen garantizada la omertá, pues su propia ley prohíbe delatar a otro gitano. No suelen oponer resistencia en las detenciones; cuando el arrestado es persona de carácter violento suele acompañarle un Tío para calmarlo. Luego le buscan un abogado mediático para que lo defienda y procuran que en la prisión no le falte de nada que permita el Reglamento. Durante su permanencia en las dependencias policiales, las mujeres no dejan de sobar a los agentes, reivindicando su inocencia “mire uzté siñor Comisario que es un buen chico y tiene seis churumbeles”, no dudando en exagerar el trato al policía, elevándolo intencionadamente de categoría, como endilgándole más prole al detenido. En cualquier caso, para que se sienta acompañado se apostan en las inmediaciones, hasta que sale a la calle  o  la prisión.
Ahora, algunos payos, antes mudos, comienzan tímidamente a vituperarlos, y a mí me recuerdan a los perros pequineses cuando atacan al dóberman tras comprobar que lleva puesto el bozal.
Esperemos que la espectacularidad del registro no resulte un fiasco como en el caso de O Vao.
 

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