Opinión

¿Feminicidio o uxoricidio?

Pues, dilecta leyente, el reciente caso de un nuevo crimen de la mal llamada “violencia de género”, en Vigo, nos puede inducir a confusión entre feminicidio y uxoricidio, si bien el primero hace referencia al homicidio de mujeres de forma genérica, en el segundo la víctima es la propia esposa, y esto es lo que ha sucedido en el tema que nos ocupa, aunque en ambos casos haya por medio razones de género.
Al lío gramatical también influye que el juzgado competente se denomine de “Violencia sobre la mujer”, pues, en realidad, la víctima del delito no es solo que pertenezca al sexo femenino, sino que tiene que existir o haber existido una relación de pareja con el autor, sin necesidad de continuidad en el maltrato y sin necesidad de haber “nidito de amor”.
Por ello, el uso o abuso de la calificación de “violencia de género” no es correcta, pero se ha convertido en algo habitual que ya nadie cuestiona, como ocurre con la referencia a la Policía Nacional, a pesar de que se extinguió en 1986, al fundirse con el Cuerpo Superior, conocido como “La Secreta”, para fundar el actual Cuerpo Nacional de Policía. Si la razón fuese de reduccionismo, se podría abreviar llamándole Cuerpo Nacional.
El caso es que este tipo de crímenes aumenta y entre sus autores se encuentran tipos bastante talluditos. Lo más llamativo es que en su mayoría terminan quitándose también ellos la vida, y esto dota al hecho de unas características especiales, pues hace inútil el fin de prevención general de la pena, porque no intimida al que está dispuesto a aplicarse la pena de muerte, sin previo juicio.
La prueba de que a esta pandemia no se ha encontrado la “vacuna” adecuada, es que tras infinidad de jornadas, tesis y demás estudios con la participación de expertos de todos los campos, al final se ha concluido que la mejor solución es aprender defensa personal.
A mí, ante este problema, se me ocurre aplicar la recomendación de Unamuno: “Amor y pedagogía”; que aunque se refería a la educación de los adolescentes, puede servir a título orientativo. Porque en el fondo se trata de un problema de cultura y desamor en el que la mayoría demuestra una dependencia emocional de la víctima que, generalmente por celos, suele llevar a la desesperación, culminando en lo que se parece a un “suicidio extensivo”. Y es que lo que nos pasa es que no sabemos amar. Los cursos a los maltratadores deberían ir por ahí. 
Permítame, dilecta, que finalice con aquello de: “Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta”.
 

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